De eso trata El cielo protector, la reconocida novela del escritor estadounidense Paul Bowles, de la soledad de una mujer en el desierto. Todo en esta historia gira en torno a su protagonista femenina, Kit Moresby, una rica joven neoyorkina que se ve arrastrada por su marido Port en un viaje al interior del Sáhara.
Digo “arrastrada” en el sentido en el que lo era una mujer de la buena sociedad en los años cuarenta, mucho antes de la liberación sexual y de costumbres que se popularizó a partir de los sesenta y que ya predicaba la llamada generación beat, entre cuyos autores estaba Bowles.
Tenemos pues a Kit dejándose convencer para viajar al norte de África para satisfacer la curiosidad, el espíritu inquieto de su marido, siempre dispuesto a preguntarse el por qué de todas las cosas desde un escepticismo muy avanzado acerca del sentido o sinsentido de la vida, teñido además de ciertos tintes místicos.
75 años, pero aún no en español
La novela se publicó por vez primera en 1949, hace 75 años. En España hubo que esperar a 1977 para verla editada en castellano. Y ha causado verdadera fascinacición desde entonces, tanto entre quienes caen atrapados en ella como entre quienes resbalan indiferentes por sus páginas como lo hace el agua sobre un impermeable.
Conviene no dejarse embaucar por el mito Bowles, esa capacidad que tenía el autor norteamericano para imantar atenciones y que condujo a tantos artistas famosos a ese Tánger en el que decidió fijar su residencia. El famoseo no es más que la espuma de la literatura.
Tampoco en esta primera novela cabe, a mi entender, la crítica del desclasado y/o expatriado que tan bien representaba Bowles y que, he leído en alguna parte, no era más que un estereotipo occidental ampliamente aceptado. Más espuma.
Lo digo además porque, aunque alguno lo ha puesto por escrito en su crónica, el argumento de El cielo protector no transcurre en Marruecos, sino en Argelia y Mali. Quienes han leído la novela (creo que hay quien ha escrito sobre ella sin haber leído más que las solapas comerciales) pueden comprobar que varios de los lugares de este viaje siguen existiendo en Google maps.
Un asunto de cuernos para empezar
A Kit Moresby y su marido Port les acompaña Tunner, un amigo de este, otro señorito estadounidense en busca de aventuras de otro tipo, menos místicas e indagatorias, un perfil más cercano al del vividor sobrado de tiempo y recursos para saciar sus apetitos.
Anda como loco por meterse en la cama con Kit, ha llenado su maleta de botellas de champán y, gracias a ese espíritu independiente e inquieto de Port, que le lleva en ocasiones a seguir un camino aparte, Tunner acaba efectivamente consiguiendo su objetivo.
Cuando Kit se despierta resacosa en la cama de Tunner, en la habitación justo al lado de la que ocupa su marido en el hotel, toda su mente se llena de remordimientos. El incidente condicionará las decisiones que irá tomando posteriormente en cada etapa de su viaje.
Y en ese recorrido estará siempre sola, sin el apoyo de nadie para tomar decisiones, confundida y sin recursos en un ambiente hostil que nada tiene que ver con el de la alta y protegida buena sociedad. Un terreno propicio al error y a la desesperación.
Como consecuencia vivirá un viaje a lo más profundo del Sáhara en el que llega a perder el sentido de la realidad, a embeber su pensamiento en una nube fantasmagórica donde dominan el miedo y la indefensión, y donde transitará por la responsabilidad, la conciencia de clase, la frustración, el remordimiento, el deseo y el dolor, la libertad y el placer, e incluso el desequilibrio mental cercano a la locura.
La realidad hecha ficción
El escritor estadounidense Paul Theroux visitó en Tánger a un Bowles ya octogenario y escribió sobre él en el libro Figuras en un paisaje.
Explica algunos datos interesantes sobre cómo se escribió la novela: Bowles la comenzó en la ciudad marroquí de Fez (y allí la debió terminar, pues así la firma), pero varios de sus pasajes incluyen impresiones personales tomadas durante un viaje a través de Argelia.
O que el tono alucinado de la novela se debe en parte al carácter poético de alguno de los trabajos de su compatriota y en parte al haber escrito, reconocido por él mismo, bajo el influjo del hachis y del majoun (una variedad más potente del anterior).
Ese tono entre alucinado y poético tiene como resultado descripciones a veces muy bellas, a veces muy ásperas, de los territorios por los que transitan los personajes. Y al mismo tiempo muy reales.
¿Sigue siendo vigente esa realidad, la historia que cuenta esta novela?, se pregunta Theroux. Una novela que trata ¿sobre qué?, ¿sobre la muerte?, ¿una advertencia sobre el riesgo de ser demasiado curioso?, plantea.
Algunos tópicos y poco más
Como yo lo veo, una mujer sola en mitad del desierto del Sáhara se enfrenta a los mismos riesgos ahora que a finales de los años 40, más aún si vive en ese mundo de colorines de quienes se sienten más protegidos por su posición o sus recursos.
Más peligroso aún ahora que entonces si tenemos en cuenta que en la zona han proliferado en este siglo que vivimos grupos de terrorismo islamista que han llegado a secuestrar y asesinar a rehenes occidentales.
Por otro lado, las inquietudes de los personajes masculinos siguen siendo prácticamente idénticas hoy día. Y el Sáhara y los países sureños del Sahel siguen tan sumidos en la pobreza como entonces. Ni siquiera ha cambiado la capacidad del público occidental de interesarse por lo que ocurre más allá de su círculo más cercano.
Lo que se recuerda hoy de la novela en las redes sociales son algunos tópicos, algunas frases dichas por el autor: “Este es mi mensaje: Todo puede ir a peor”, o por Port Moresby: “La muerte está siempre en camino. (…) ¿Cuántas veces más mirarás salir la luna llena?. Quizá veinte. Y, sin embargo, todo parece ilimitado”.
Una historia de película
Bernardo Bertolucci llevó la historia al cine en 1990 (lo que aprovecharon las editoriales para reeditar el libro) con Debra Winger y John Malkovich en los papeles de Kit y Port y el propio Paul Bowles haciendo un cameo.
Le película muestra una versión bastante edulcorada de la historia, en la que el autor no escatima crudeza en algunas descripciones y situaciones. El resultado final peca de un romanticismo que es escaso en la novela, tal vez para hacerla más digerible al público que no la haya leído antes de acudir a las salas de cine.
Sin embargo, la banda sonora y loa paisajes del desierto la convierten en un espectáculo estético digno de contemplación, sobre todo para quienes aman el ritmo pausado que tenía la vida en el Sáhara en los años cuarenta.
Lo que no podía mostrar Bertolucci es lo que las palabras sí revelan, por ejemplo, sobre la soledad de una mujer en el desierto: “El silencio del lugar, aún junto a la ventana, la sorprendió. Se hubiera dicho que no había alma viviente en varias leguas a la redonda. El famoso silencio del Sáhara”.

