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Nadie lee nada, ¿en serio?

Imagen de un hombre leyendo un libro en un transporte público

El titular “Nadie lee nada” y la repercusión viral que ha tenido el artículo de la escritora argentina Leticia Martín en el diario Perfil sugiere algunas ideas que me gustaría exponer aquí.

El titular vale para llamar la atención, pero es impreciso. Denunciar en su columna que le deben seis meses de honorarios sin que le hayan puesto peros a su publicación en el periódico revela, o bien la complicidad del redactor jefe/editor responsable, o bien que, efectivamente, ni los responsables del periódico se leen o saben lo que publican.

Esta última posibilidad es dura de admitir porque demostraría un desinterés obsceno e incompetente por el trabajo de los profesionales que confeccionan el medio. En cambio, la primera opción (la complicidad) podría ser un gesto de de rebelión y/o resistencia, como apunta Noelia Ramírez en esta columna en El país.

El caso argentino me recuerda a otro que se ha viralizado en las últimas semanas en el mundillo profesional del periodismo anglosajón: la difusión por varios periódicos de una lista de libros para leer en verano: solo cinco de las quince obras listadas existen en realidad.

Era un texto sindicado distribuido a varios medios y realizado por un sistema de inteligencia artificial; un texto que nadie habría verificado. Caben aquí también las dos posibilidades citadas: la incompetencia en la lectura y edición del texto al hacer las comprobaciones obligadas o que también haya sido un acto de protesta o resistencia.

Hay que cuidar al lector

Encontrar a un buen lector se ha convertido en una tarea ardua para quienes nos dedicamos a escribir periodismo o literatura. La mayor parte del público ya no lee como se hacía antes de la irrupción de los contenidos masivos en internet, pero siguen existiendo buenos lectores. Pocos, pero buenos.

Me considero un buen lector desde hace más de cuarenta años y he tratado a lo largo de mi vida profesional y personal a muchos excelentes lectores. Me atrevo a decir que a un buen lector no se le puede engañar con material de baja calidad, ya sea un periódico mal hecho o un libro mal escrito.

El buen lector aprecia su tiempo en lo que vale, ha leído mucho y sabe distinguir lo que merece su atención y lo que no.

Como periodista me entristece que haya medios de comunicación y escritores que no busquen cada día la máxima calidad en el producto que ofrecen. El lector es su cliente y, como estamos viendo, cada vez quedan menos. Lo que no significa que vayan a extinguirse.

Que haya periodistas y escritores dispuestos a rebelarse es alentador. Y que haya quien esté dispuesto a pagar por un trabajo de calidad. Todo lo demás huele ya a moho.

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