En eso consiste una subasta benéfica: en comprar un poco de esperanza. Que la obra de arte sea valiosa o no, tenga un elevado precio o no, es lo de menos.
En la subasta de la que escribo había dos tipos de puja, una a viva voz, acuciada por la prisa, esa táctica de la mercadotecnia tan vigente siempre, el “corre o te quedas sin él”, sin la oportunidad, la ocasión del buen precio, la ganga.
La otra puja, silenciosa, hecha a mano con lápiz sobre una tabla escalonada impresa en papel y sujeta a la pared junto a cada cuadro, cada escultura. Un poco subrepticia o clandestina, porque protege con un número la identidad del comprador que inevitablemente se desvela en la viva voz (él o ella o su agente).
¿Quién puja en una subasta benéfica?
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