Escribir de un país que ya no existe, que es tan solo una gavilla de recuerdos en la memoria, o unos cuadernos de notas y testimonios de quienes lo vivieron, siempre tiene su enjundia literaria, además de un evidente valor documental.
Quien lo hace en este caso con la extinta Yugoslavia es el escritor y periodista Óscar Lobato en su último libro, Las lágrimas de Iliria que, como todos, o casi todos los que ha firmado hasta la fecha, deja al lector pensando al acabar sus páginas, “pero ¿esto?, ¿ha ocurrido de verdad?”.
Lo anterior revela algo que no es producto común de las historias de ficción. Lo habitual es que lector y autor finjan un pacto en el que el primero admite con galanura que le están mintiendo, pero no le importa porque le están mintiendo con arte, y el segundo se pone de perfil y se deja querer sin negarlo. Es un pacto para aceptar como verdad una mentira, la ficción.
En cambio, en el caso de las historias de Óscar Lobato no ocurre eso, o al menos no nos pasa a quienes le conocemos en persona. Lo sé porque he oído a veces eso de “pero ¿esto? ¿ha ocurrido de verdad” o también la pregunta “este personaje ¿existió de veras?”. Como si el autor estuviera haciéndonos pasar por ficción algo que ocurrió realmente. Algo que está al alcande de muy pocos.
Hacer ficción con técnicas del periodismo
Es posible que este efecto de duda, que rompe ese pacto tácito entre lector y autor, sea consecuencia de su extenso y brillante trabajo como periodista profesional.
Esa labor periodística le ha proporcionado no solo la técnica literaria para relatar con precisión y veracidad historias complejas sin que el resultado aburra, sino también el conocimiento de muchas personas que nutren de datos sus historias. Lo que vienen a ser las fuentes periodísticas, pero aplicadas al terreno de la novela.
Y un dato más: el periodismo siempre consistió en contar esos hechos ocultos que alguien no quiere que se sepan. Y lo que hay detrás de las grandes fortunas y de las personas poderosas que aparecen en este libro, sean reales o imaginarias, pertenecen a ese terreno que en los últimos tiempos se ha convertido una suerte de arcano desconocido para el común de los mortales.
La consecuencia es que una ficción como Las lágrimas de Iliria, que se adentra en ese espacio reservado a los detentadores del poder, resulta increiblemente creíble, aunque no sea más que un acto de fe como el del profano que admite sin reservas la explicación que le da un técnico sobre la averia de un coche o una computadora.
“Si una historia parece moral, no la creáis”
Y aunque hay algunas dosis de acidez teñida de socarronería en las intervenciones del autor en la narración, no hay, en mi opinión, juicios morales por su parte, al menos no entre quienes se juegan la vida en sus páginas.
Esto es importante. El periodista Arturo Pérez Reverte incluye en Territorio comanche, donde narra su experiencia como corresponsal de guerra para televisión española en la extinta Yugoslavia junto al camarógrafo José Luis Márquez, la siguiente cita:
“Una auténtica historia de guerra nunca es moral. No instruye, ni alienta la virtud, ni sugiere modelos de comportamiento, ni impide que los hombres hagan las cosas que siempre hicieron. Si una historia de guerra parece moral, no la creáis”.
El fragmento pertenece al libro Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brian, ex combatiente estadounidense en la guerra de Vietnam que se dedicó luego a escribir novelas, muchas de ellas sobre sus experiencias bélicas.
Óscar Lobato se mueve con soltura en este límite, posiblemente porque ha convivido y se ha preocupado por conocer y aprender en qué consiste el trabajo de los militares profesionales.
Un cameo de Pérez Reverte
La historia que se cuenta aquí, ambientada en la actualidad, convive al mismo tiempo con los recuerdos de sus protagonistas, un hombre y una mujer, sobre la Guerra de los Balcanes, en la que ambos participaron y que marcó su existencia.
Y en esos viajes en el tiempo que permite la construcción de una novela, el autor ha considerado que era el momento de rendir homenaje a uno de sus amigos y compañeros de profesión.
Aunque técnicamente un cameo solo existe en una película o serie para televisión, no creo que sea erróneo trasladar el término a la novela. Quien aparece en las páginas de Las lágrimas de Iliria es Arturo Pérez Reverte y su camarógrafo en las calles de Sarajevo, atravesando en coche las avenidas de la ciudad bajo el punto de mira de los francotiradores.
Un homenaje con el que el autor devuelve de algún modo la pelota a su amigo cartaginés, quien ya le inmortalizó camuflado como personaje de alguna de sus novelas.
Nueva crónica yugoslava
Hay otro escritor que está relacionado con este libro aunque no de manera tan directa, sino más bien de un modo circunstancial: Fernando Quiñones.
El autor de Las mil noches de Hortensia Romero dedicó también uno de sus libros de poesía a este país, Yugoslavia, que ya no existe, desmembrado actualmente en otros países como Croacia, Serbia o Eslovenia.
Quiñones había estado allí años antes de la guerra junto a otros autores, por ejemplo Manuel Vázquez Montalbán; él mismo lo cuenta en el primer poema de las Crónicas Yugoslavas, en el que recibe una llamada de una periodista para que le comenté qué le parece la guerra que está ensangrentando al país.
Es la misma guerra que cuenta, desde otro punto de vista, menos lírico, más periodístico, Óscar Lobato, en Las lágrimas de Iliria. El libro lo publica Cazador de ratas, editorial gaditana que dirige Carmen Romero, que fuera también amiga personal de Fernando Quiñones.
No hay más coincidencias. Quiñones hizo una crónica muy personal de su experiencia en el país y Lobato hace su crónica novelística de un modo casi impersonal. La virtud de un reportero que sabe apreciar lo que es un diamante.
Las lágrimas de Iliria. Óscar Lobato.
Cazador de ratas, 2024.