Jaro
Jaro tenía esa mirada mitad árabe, mitad romana, que le permitió hacer de la fotografía de prensa el oficio de su vida. Árabe por la creatividad y la socarronería que su trabajo y su personalidad mostraban, a veces veladamente. Y romana por ese pensamiento patricio que siempre le caracterizó y le permitió situarse claramente fuera de las banderías de la política, en ese terreno del periodismo que se llama independencia y que en su caso, fue inquebrantable.