Hay quien odia libros y hay quien odia personas. Y a veces, a ambos a la vez.
Los libros son parte fundamental de la vida de mucha gente. Las historias que contienen, las ideas, los datos, los imprevistos y los descubrimientos, entre otras muchas posibilidades agazapadas en sus palabras impresas.
Y antes, mucho antes de que existieran y llegaran a cada vez más público gracias a la imprenta, eran las personas quienes contaban las ideas, transmitían oralmente los datos (el conocimiento), los descubrimientos, la sorpresa, sus alegrías y amarguras.
Hay pues, un cierto vínculo, un hilo temporal que une, mediante la función social del relato, a libros y personas.
A menudo se discute entre lectores la imposibilidad de leer un libro, por arduo o por insustancial o por las razones que a cada cuál le cuadren mejor en su comprensión del mundo.
El escritor V.S.Naipaul solía decirle a su amigo, el también escritor Paul Theroux (o era al revés, ahora no lo recuerdo pero pueden comprobarlo en La sombra de Naipaul). Que si una persona era incapaz de leer un determinado libro era porque ese libro no estaba hecho para ella.
A lo mejor en otro momento de su vida. Tal vez entonces puedan relacionarse armoniosamente ambas realidades, la de ese libro que se le resiste y la suya propia.
Con las personas ocurre poco más o menos lo mismo. No hay que obligarse a mantener una relación (de amistad, de amor, profesional, la que sea) con alguien a quien es imposible tragar. Y no creo que sea bueno tener remordimientos por ello.
Puede ser la mejor persona del mundo, pero no nos entra en la cabeza o el corazón por vete a saber qué oscuros designios de la naturaleza, la filosofía de las ideas o el color de la ropa que lleva puesta.
Es inútil intentar tender puentes o propiciar estrategias de acercamiento, al final solo encontrará un callejón sin salida, un rechazo instintivo que impide la relación. Y admitan que puede ser injusto cuando esa aversión no es recíproca y compartida. Pero hay poco que hacer.
La mejor estrategia es mirarlo todo con cierto espíritu olímpico, desde el ángulo opuesto y positivo: ¡Qué bien que tú y yo nos conocimos! No es tan fácil ¿sabes? ¡Qué libro más absolutamente brillante ha caido en mis manos! No es tan fácil encontrarlo con tanto producto circulando.
Y dar la oportunidad al asombro, que este encuentro entre personas y con los libros se produzca. Ya saben donde.
El cuadro que ilustra este artículo se llama «El comité de los libros morales» y fue pintado por Jehan Georges Vibert.
