El escritor Ce Santiago (Cádiz, 1977) encarna bien eso que siempre se ha llamado “voluntad de estilo”. Se advierte nada más leer sus obras, pero también lo afirma sin tapujos: “No me siento identificado con la literatura que no presta atención al lenguaje”.
Debutó como autor en plena pandemia de Covid, 2020, con El mar indemostrable (La navaja suiza editores), una novela breve pero plena de descripciones deslumbrantes sobre la vida, en tierra y en los barcos, de la gente de la mar. Quien la vivió y la lea lo puede corroborar.
Acaba de publicar su segundo libro Mester de batería. La tríada en el texto (H&O editores) un ensayo en el que manifiesta su amor por este instrumento de percusión con el que se encierra a ratos y a solas en su casa de Asturias, donde reside actualmente, para desahogarse o para celebrar. O para dolerse, porque a veces sangran las manos a base de golpes.
El pasado 25 de abril lo presentó en la librería La cápsula de Cádiz y aprovechamos la tarde anterior para charlar un rato y componer esta entrevista acerca de sus libros, de su concepción de la literatura y de la batería como instrumento.
El lenguaje de la imaginación
A pesar de esa atención cuidada al lenguaje (cita a veces el método casi artesanal, cuartilla a cuartilla, del escritor estadounidense Don DeLillo), no se siente atraído por escribir poesía: “Soy un mal poeta”.
Sin embargo, ve un denominador común entre prosa y poesía: en ambos casos, explica, el autor usa lo que llama “el lenguaje de la imaginación”. Para él la separación que se hace entre el lenguaje de la prosa y la poesía es algo “funcional” para facilitar su enseñanza.
Sí concede que “esa atención y ese cuidado en el lenguaje que tiene la poesía a veces se echa en falta en la prosa”.
Y lo aplica al ponerse a la obra: “trato que el lenguaje que empleo en mi literatura sea un lenguaje vinculado más a la relación que tiene la poesía con el mundo que a la relación que tiene determinada prosa con el mundo”.
El terreno propio
Ce Santiago no es de esos autores que tuvieron en casa buenas bibliotecas ni raíces en un árbol genealógico ligado a la cultura y las artes: “No provengo de una familia lectora, yo llego por mi cuenta a la lectura”.
Y a partir de aquí, afirma, “me doy cuenta de que la mejor manera de aprender es hacer una lectura quirúrgica de los textos (…) y esa lectura quirúrgica equivale a la traducción”
Aprendió a escribir fijándose en cómo lo hacían los autores a los que traducía. Con este método, apunta, «adquiero herramientas, perspectivas, conciencia de escritura”.
En el taller, escritores que con el tiempo se fueron convirtiendo en referencia, entre ellos los estadounidenses William H. Gass, Mary Robison o Gilbert Sorrentino.
Defendiendo su propio territorio al tiempo que lo construye sobre estos cimientos: “no dejarme contaminar el estilo salvo por autores y autoras que admiro mucho y que he tenido la suerte de traducir”
La batería me eligió a mí
Como a veces ocurre con la poesía, el instrumento de percusión por antonomasia, la batería, anduvo detrás del gaditano hasta que este, por fin, pudo ponerse delante de los tambores y platillos con las baquetas a marcar el ritmo: “la batería me eligió a mí”.
Cuenta en su útimo libro que ahorró el dinero para adquirirla trabajando en una feria ambulante instalada en la playa de La Barrosa y a partir de ahí fue un no parar de participación en grupos de diversa andadura.
Pero de lo que más satisfecho se siente es de haber tocado con el compositor y escritor jerezano Julio de la Rosa, a quien considera uno de los músicos españoles más importantes de las últimas décadas.
Aquellos años no escribía. Consideraba que ambos mundos, el de la percusión y el de la literatura, eran incompatibles. Una idea que abandonó con el paso del tiempo. Mester de batería es en cierto modo, además de una declaración de amor por el instrumento, la constatación de la idea contraria, que la música y la literatura sí tienen mucho en común.
No pensar en los lectores
El ritmo en particular: “si tienes una buena gestión del ritmo puedes conseguir una sensación musical del texto”.
Pero el libro es también un alegato a favor de un instrumento musical que, señala, no ha sido suficientemente considerado a pesar de ser la base de toda la música contemporánea. “Hay chistes de baterías como hay chistes de porteros”, lo que no sucede con los demás instrumentos de la banda.
Ahora toca a solas, apartado de las giras y conciertos. También así se escribe la literatura, en soledad.
Y ante el papel en blanco, Ce Santiago reconoce que prefiere no pensar en cómo son sus lectores, los imaginaría como unos seres “crueles” y él se siente “una persona con una estima muy frágil”.
“La cantidad de decisiones que uno tiene que tomar cuando escribe o cuando traduce (…) implica una confianza en uno mismo y en la elección del lenguaje, del ritmo, etcétera, que acarrea una exposición que para mi fragilidad es demasiado. Entonces prefiero no hacerlo [imaginarse al lector] porque si lo hago me empequeñezco”.
Como Gulliver.