Sobrevive y sobrevivirá a los siglos. Que se lo digan a Ulises, que se plantó en Ítaca disfrazado de mendigo para comprobar la fidelidad de Penélope y el acoso al que la sometían sus pretendientes. Esta es una crónica del disfraz, ese atuendo tan grotesco como apañao.
Si un periodista se pone a investigar sobre el asunto es inevitable encontrarse múltiples enfoques de un tema estelar durante los días de Carnaval y que no desaparece de la agenda el resto del año.
Baste como ejemplo que hasta la CIA ha explicado para la revista Wired la utilidad del disfraz en sus operativos. Asunto serio. Con su lado humorístico, como aprendimos siendo niños con Mortadelo y sus disfraces imposibles.
Identidad y teatro
El pasado otoño un grupo de artistas gaditanos fueron convocados a una exposición en la galería Espacio Uno de San Fernando. El tema: el teatro. Varios de ellos, casi la mayoría, optaron por representar en sus obras una máscara. El disfraz es también eso, máscara, una identidad alternativa a la habitual. Y ambos, esencia del teatro.
Un escondite también. Lo saben quienes se ocultan tras identidades falsas, disfraces imaginarios, para interpretar su teatrillo de maldades o timideces en las redes sociales. O para hacer reir con la verosimilitud que la máscara/disfraz otorga a quien la utiliza con su legítimo propósito artístico.
Si uno mira la lista de los tuiteros (¿ahora se dice equisteros? 🤔) más divertidos de España, muchos de ellos se esconden tras un disfraz: La Señorita Puri, El Barón Rojo, Petete Potemkin, Moe de Triana, Super Falete… Para hacer reir. Y de los que he leído (la lista es de 2013), puedo decir que para emplear el humor como mordaz herramienta de crítica.
Al nacionalismo a través de la ropa
De la ropa, no de la tropa. No es un gazapo. La historia, y algunas otras disciplinas humanísticas también, nos detallan cómo la ropa ha sido elemento identitario que unía al grupo, región o nación.
Uno de los primeros libros que se editaron con las vestimentas de diferentes países y regiones del mundo se debe a François Desprez. Se publicó en 1562 (el mismo año en el que nació el Fénix de los ingenios) con el título de Recueil de la diversité des habits.
El libro, cuya versión digital está disponible gratuitamente en la Biblioteca Municipal de Tours, ofrece un centenar de grabados muy curiosos sobre la vestimenta de los españoles de la época, por ejemplo, o de los húngaros, o de los “salvajes”, como los llama. Ya se había descubierto América.
Disfraz y fantasía
Aunque se trata de una obra que pretende pasar por recopilación de las observaciones de un viajero por diversas tierras y paises del mundo, el autor se pasa de frenada en algunas descripciones.
Encontramos así los atuendos, más propios de una mente fantasiosa que de un observador digno de crédito, de El monje del mar, el cíclope o el obispo del mar, grabados que más bien pudieran ser buenas ideas para un ingenioso disfraz en época de carnaval que descripcion de una realidad contrastable.
En Cádiz, en Carnaval, la fantasía transforma al disfraz, por acumulación histórica y por ingenio. Hasta el punto de que tiene nombre propio, el “tipo”.
La periodista Ana Barceló (alias Mari Pepa Marzo) lo explicaba en una entrevista con la Agencia EFE: «En Cádiz el ‘tipo’ es más que un disfraz porque encarna una personalidad, un carácter». Todos los que viven aquí lo ven cada año, a partir de enero y en las semanas siguientes.
Y lo escuchan, porque en Cádiz como en ningún otro sitio, el tipo se escucha.
Eonismo/Travestismo
Esto es otra cosa. Cuando era niño oí muchas veces a las personas que visitaban la ciudad que en Cádiz gustaba a los hombres vestirse de mujer. Debo recordar que cuando yo era niño no estaba bien visto, o no era tan respetado como lo es hoy, ser homosexual y/o travestido. Los maricas eran objeto de burla y escarnio.
Y que hicieran pasar a todos los gaditanos por ese cedazo no era plato de buen gusto para algunos. Baste recordar un pasodoble que le dedicó en 1981 la chirigota isleña de Juan Rivero Los pollitos de mi compare al escritor, aún no Premio Nobel, Camilo José Cela, por unas declaraciones en ese sentido.
El eonismo (travestismo) parece deber su nombre al diplomático y espía francés Charles d’Éon de Beaumont, también conocido en su época (finales del dieciocho) como Mademoiselle Beaumont, que se hizo pasar toda su vida por mujer. La permanente utilidad del disfraz.
El Diccionario del español actual de Manuel Seco hace referencia en la acepción de esta palabra a una cita de Cela hoy políticamente incorrecta y que está recogida de su novela Oficio de Tinieblas: “El eonismo no es la sodomía, aunque sí su descolorido gallardete”.
Las mujeres ya lo hicieron antes
Desde otra perspectiva, no deja de ser curioso que los hombres se disfracen de mujer durante el carnaval, o en el ejercicio del espionaje, cuando en la historia del mundo hay numerosísimos casos de mujeres que debieron disfrazarse de hombres para poder vivir con dignidad o cumplir sus sueños.
Así a vuelapluma me viene a la memoria Ana María de Soto, la primera mujer que sirvió en los batallones de marina, disfrazada como Antonio María de Soto, nombre con el que se embarcó en 1794 en la fragata Mercedes y en 1797 participó en la defensa de Cádiz de un ataque de la flota británica de Horacio Nelson. Un cuadro la representa en el Museo Naval de San Fernando.
O también la anárquica, romántica y desclasada Isabelle Eberhardt, que cabalgaba vestida como los bereberes argelinos las dunas del Sáhara hace poco más de cien años.
Se pueden incluir en la lista las numerosas escritoras que firmaron sus libros con nombres masculinos, desde las tres hermanas Brontë a Cecilia Böhl de Faber. Formas de disfrazar el nombre.
El sol como disfraz
Hay y habrá en la literatura mucho disfraz. Los personajes son eso, invenciones disfrazadas de deseos, de miedos, de argumentos o de fantasmas. Y libros que lleven ese título, a puñados. Yo me quedo con el que se titula El sol como disfraz, de Pedro Sorela, porque fue uno de mis maestros en este oficio de contar la realidad.
El título podría querer decir lo mismo que El cielo protector de Paul Bowles. Pero no creo que haga referencia a ese misticismo del desierto al que se refiere el compositor estadounidense.
Más bien, puesto que se trata de un libro sobre periodismo y periodistas, convoca a pisar la calle porque “permanecer en las redacciones es peligroso”, escribió.
O porque, como el emperador del cuento de Hans Christian Andersen, los periodistas pensamos que lucimos las mejores galas y, en realidad, siempre vamos vestidos de nada.
Superpoderes
En el lado opuesto al del periodista desnudo que cree que tiene superpoderes, están los hérores del cómic de ficción. Máximos exponentes del disfraz por antonomasia, el superhéroe necesita mantener oculta su identidad para poder llevar una vida normal cuando no está salvando al mundo de malhechores.
Entre todos ellos y sus disfraces el más paradójico quizá sea Superman. Su vestimenta habitual es esa malla y capa coloridas que trajo del remoto planeta Krypton y su disfraz, para poder pasar por humano sin inconvenientes, es el de periodista, de reportero del Daily Planet. Para pasar desapercibido.
Pero es un caso raro, otros superhéroes ocultan (aunque no siempre) su identidad terráquea bajo el disfraz de hombre araña o de Capitán América (otra vez el nacionalismo a través de la ropa).
Con ellos ofrecen una muestra de que este atuendo es también una representación de los sueños y deseos de quienes los usan. Aunque solo sea para un concurso de coplas o unos pocos días de carnaval.