Ágata ojo de gato cumple cincuenta años en este 2024 que recién comienza. Fue la segunda novela de José Manuel Caballero Bonald. La novela que mejor describe su mítica Argónida.
Fue escrita “como una reacción personal contra las amenazas que se cernían sobre el coto de Doñana, sobre su integridad ecológica” dijo años después su autor.
Y aunque Caballero Bonald falleció en 2021, la obra sigue aquí, firme como un muro de palabras en defensa de este espacio natural ya no tan único como cuando hace medio siglo se publicó el libro.
Cabría pensar que si el tiempo (más bien el hombre, en genérico universal) acaba con todo, tal vez la memoria de Doñana sólo quede en relatos como este, en su trama única de lenguaje, su grimorio sureño y el recuerdo escrito por su hechicero.
Si quieren aprender cómo crear un espacio único a través de palabras, aquí encontrarán ejemplares raros de ver: alarife, nigua, guardarraya, cuatralba, lubricán, ondisonante, saltarenes, aguaza, jabalcón, espolique, ensalmador, encalabrinar, anafrodita…
Cabría pensar qué poca literatura se escribe, a cincuenta años vista, en tantos libros.
1974, un buen año literario
Este fue posiblemente el mejor libro de narrativa publicado en España en 1974. En la lista de libros de aquel año que elabora la red social Lecturalia no veo ninguno que se le pueda equiparar.
Juzguen ustedes mismos: Se publicaron, entre otras muchas historias, El honor perdido de Katharina Blum de Heinrich Böll, Confieso que he vivido, las memorias de Pablo Neruda, Despertares de Oliver Sacks, Diario del artista seriamente enfermo de Jaime Gil de Biedma.
También La gran novela americana de Philip Roth, Los desposeidos de Ursula K. Le Guin, Los hijos del limo de Octavio Paz, Memorias de una superviviente de Doris Lessing, Miedo a volar de Erica Jong, Octaedro de Julio Cortazar.
Y ya termino, no sin citar antes Ojos de perro azul de Gabriel García Márquez, Serena luz del viento de Javier Egea, Todo modo de Leonardo Sciacia y Yo el Supremo de Augusto Roa Bastos.
Y de autores gaditanos Retrato respirable en un desván; Ceremonial de Ángel García López y Basuras de Carlos Edmundo de Ory.
Agata ojo de gato es diferente a todos ellos.
La obra maestra
En 1974 nadie sabía que Franco se iba a morir al año siguiente. Tampoco en 1970 cuando el autor jerezano comenzó la construcción de esta novela que acabaría cuatro años después.
Me parece relevante indicarlo porque, entre las citas que el autor incluyó al final de la obra hay una de Carlos Fuentes extraida del prólogo de Los reinos originarios que dice “cuando el futuro es suprimido, el origen ocupa su lugar”. El hastío de esa España pacata debía ser ya de dimensiones considerables.
Hay mucho de tierra primigenia, de origen de un mundo, en Ágata ojo de gato. No solo porque la trama está situada en ese territorio, Doñana, rebautizado por Caballero Bonald como Argónida. Hay en toda ella, desde sus primeras líneas, ese barro y putrefacción de lo que muere para dar paso a la vida.
Una pulsion de cambio. Y una obra maestra.
Así lo dejó escrito el catedrático y crítico literario José María Pozuelo Yvancos:
“podría decirse en cuanto a concepción de lenguaje narrativo y de su estilo, que Ágata ojo de gato, que considero su obra maestra entre las de ficción, muestra un punto de inflexión del que nació un novelista en cierto modo nuevo, quizá por haber encontrado un espacio, un territorio geográfico concreto, las marismas de Doñana, que supo convertir en espacio mítico, con fuerte sentido alegórico” (Revista Mercurio, n.º 119, marzo de 2010).
No escribo más
En 2018 al autor confesaba al periodista y escritor Juan Cruz que ya no escribiría más, que le costaba un mundo leer y que se pasaba las horas oyendo música en el jardín de su casa.
Pero en la entrevista se habló mucho de esta novela.
Cruz la define “como un estampido de rara belleza húmeda cuando él tenía poco más de 40 años y alrededor el realismo seco marcaba la pauta de la literatura española”.
En esta charla Caballero Bonald reiteraba una idea que ya había repetido en otras ocasiones a lo largo de su carrera: que Ágata ojo de gato, si no era su novela predilecta merecía serlo.
Lo había dicho en una charla digital con los lectores de El País años antes:
“Es la novela mía predilecta. La escribí como una reacción personal contra las amenazas que se cernían sobre el coto de Doñana, sobre su integridad ecológica y quiere ser como la sustitución de una realidad por una leyenda. Es una novela basada fundamentalmente en el lenguaje, en un lenguaje que pretende reproducir el esplendor y la miseria de una tierra para mí sacral.”
Jose Manuel Caballero Bonald
La palabra como alucinógeno
La expresión acuñada por la escritora y crítica Aurora de Albornoz sobre el lenguaje empleado en este libro, “la palabra como alucinógeno”, la recordaba la escritora Carme Riera en el octavo congreso-homenaje celebrado por la Fundación Caballero Bonald.
Una idea ya sugerida por el propio autor, indicaba Riera entonces, al señalar la coincidencia en el tiempo en la elaboración de Ágata ojo de gato y su poemario Descrédito del héroe que se publicaría unos años más tarde.
En ambos textos, apuntó el escritor, se percibe “una misma tendencia al empleo alucinatorio de la expresión y un mismo empeño por rastrear en lo que podrían llamarse las zonas prohibidas de la experiencia”.
Esa nebulosa casi onírica persiste en mí como lector; incluso años después, al recordar la novela, guardo la sensación de que he transitado por un sueño o una alucinación. Absolutamente verosímil, por otro lado.
Y un efecto similar ha debido tener en otros lectores.
El escritor Julio de la Rosa, en el congreso antes citado, se manifestaba en términos parecidos:
“La primera lectura del texto, aunque apasionante, se podría comparar con un fenómeno parecido al espejismo. Discurrió por un mundo encantado, alucinatorio, sin lograr acotar sus líneas de claridad. De ahí mi personal convencimiento de que Ágata es una novela que se entrega en la segunda lectura”.
Julio de la Rosa
La conexión americana
Caballero Bonald, que vivió años en Cuba y Colombia, fue coetáneo del llamado boom latinoamericano. Su primera novela, Dos días de septiembre, la escribió durante el período que vivió en Colombia y durante los primeros años de este boom.
¿Cuánto hay de América en la obra del jerezano? Es tarea para académicos. Por ejemplo, el profesor de Literatura Fernando Valls, en el mismo congreso citado, considera que la narrativa española de estos años, e incluye en la nómina a Caballero Bonald, tiene “deudas” con la literatura de aquel descubrimiento explosivo.
Estos autores, dijo Valls, “tienen deudas, aunque nada tengan que ver desde el punto de vista estilístico ni temático, con la narrativa hispanoamericana, con su ambición, y con la conciencia de que se podía novelar modernamente en castellano, algo que quizá los escritores españoles no llegaron a creerse del todo hasta que lo demostraron con unas obras de inmenso calibre los escritores hispanoamericanos”.
Varios autores han citado el Macondo de García Márquez como un territorio afin de algún modo a la Argónida. O el condado de Yoknapatawpha donde William Faulkner situó varias de sus novelas. También Región de Juan Benet o el pueblo de Comala de Juan Rulfo.
Más allá de los diccionarios
Pero tal vez no haya más parecido que la voluntad de crear un territorio imaginario propio en el que exponer una historia que te atrapa a través de la capacidad hipnótica del lenguaje empleado para contarla.
Juan Cruz contaba en este congreso como una joven poeta le había confesado que la obra de Caballero Bonald le abrió a la poesía. Y añadió:
“A mí me pasó con Ágata ojo de gato, uno de los libros más hermosos de la literatura española, un libro en el que, como dice Caballero Bonald, empezaron las palabras a decir más que lo que dicen en los diccionarios.”
Juan Cruz
Busquen, si les apetece, el significado de geomántico, endriago, anopluro, moheda, husmo, hijuela, paular, churumo, almocafre, pistero… Y luego, o al mismo tiempo, lean Ágata ojo de gato.

