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El valor de una biblioteca (con leyenda negra inclusive)

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¿Cuál es el valor de una biblioteca cuando nadie, o casi nadie, puede permitirse comprar un libro? ¿Y cuán valiosos son sus libros cuando su pérdida, real o supuesta, es capaz de forjar una leyenda negra a su alrededor? ¿Cuántas bibliotecas hubo así en el mundo? No sabría decirlo con exactitud, pero una al menos existió en Cádiz.

Me acerco a filmar un ejemplar que estuvo en sus anaqueles, un tesauro médico farmacéutico escrito por el doctor genovés Jean-Jacques Manget. Lo sostiene con delicadeza la bibliotecaria de la Universidad de Cádiz María Lourdes Rosado, sin atreverse a pasar de la primera página. Tal es su frágil estado.

Es una imagen que quienes aman los libros han visto tan a menudo. Y sin embargo, no deja de sorprender: Los insectos han devorado parte del papel, convirtiendo las páginas en un hipnótico y diminuto laberinto horadado a lo largo de los siglos.

Algo se conserva aún. Parte de la obra de un sabio estudioso de la peste y la tuberculosis. Pendiente de una restauración. Una labor cara y costosa, pero necesaria. Conservar el conocimiento que guardan los libros, en sus palabras y en su soporte físico.

Pagada con el bolsillo de los alumnos

La biblioteca de la que escribo la creó un catalán afincado en Cádiz, Pedro Virgili, como complemento imprescindible para la formación de los cirujanos que servían en los barcos de la Armada española y de la Carrera de Indias.

Se creó al amparo del Real Colegio de Cirujanos de la Armada en 1748, el primero que como tal funcionó en España. Y el único durante doce años.

En sus comienzos los dineros del Colegio se destinaron a otras prioridades, de modo que se acordó que, para dotar al centro de los libros necesarios para la formación de los alumnos, cada uno hiciera una aportación de su sueldo para comprarlos.

En aquellos años tener un libro en propiedad era caro, e inaccesible para la gran mayoría de la población. Y muchos de ellos se imprimían fuera de España y había que traducirlos al castellano.

Encargabas un libro y tardaba dos años en llegar, comenta la bibliotecaria, ya retirada, Ana María Remón, que dedicó su tesis doctoral al fondo científico de aquella biblioteca.

“Se llegaron a tener aproximadamente mil quinientas obras, en un siglo, con dos mil volúmenes”

El trabajo de Ana Remón está publicado por la Universidad de Cádiz con el título El libro médico-científico en la biblioteca del Real Colegio de Cirugía de Cádiz (1748-1844).

La letras y la ciencia

Muchos de aquellos libros son obras de los propios profesores del colegio y fueron publicados por impresores gaditanos. Pero un buen número provenía de imprentas europeas.

Virgili había adoptado con los estudiantes una costumbre que contribuyó al éxito y prestigo del Colegio: enviar a los alumnos a completar estudios al extranjero como había hecho él mismo. Y en estos viajes, les encargaba libros para la biblioteca hechos en países donde las materias propias del aprendizaje de la cirugía estaban más avanzadas que aquí.

Vídeo y fotografía: Santiago Pérez

Al mismo tiempo, la biblioteca se enriquecía de obras de contenido humanístico, convencido Virgili de que estas contribuían de manera indudable a una mejor formación de los futuros cirujanos. Que se pudiera decir de ellos que sabían latín.

El acceso a libros prohibidos

Esto en un país en el que el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición aún controlaba qué libros podían leerse y cuáles no. Aunque en Cádiz tuvo que hacer la vista gorda.

Ana Remón sostiene que el tribunal eclesiástico no pudo negarse dado el progreso económico y social que vivió la ciudad en este siglo gracias a la llegada del Consulado de Indias.

“Hubo un momento de apertura intelectual enorme y Cádiz era un sitio de intercambio de conocimientos al igual que de intercambio de mercancías y ya en Cádiz de por sí en el siglo dieciocho el control de la Inquisición disminuyó muchísimo”, afirma la autora.

De todos modos, tal vez para cubrir las apariencias, el inquisidor general dejó por escrito su permiso para que el Colegio pudiera adquirir estos libros y los alumnos leerlos.

El documento lo recoge el profesor Diego Ferrer en su Historia del Real Colegio de Cirugía de la Armada.

«Nos Don Manuel Quintano y Bonifás, por la Gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica, Arzobispo de Farsalia, Inquisidor General de Todos los Reinos (…) concedemos la constante facultad para que en la librería del Colegio de Cirugía establecido en la Ciudad de Cádiz, se tengan los libros prohibidos del Santo Oficio, pertenecientes a las facultades de Anatomía, Medicina, Botánica, Química, Física e Historia Natural, con tal que se hallen en cajones separados y cerrados bajo llave para que no puedan usarlos los que no tengan licencia…»

En cajones separados y custodiados bajo llave: Esto firmaba Quintano y Bonifás, quien además de inquisidor general, fue director de la Biblioteca Real, antecedente de la Biblioteca Nacional de España. El concepto del saber, del conocimiento, prohibido para los no iniciados.

Desmontando la leyenda negra

Disponer de una biblioteca como la que fueron atesorando los cirujanos de Cádiz fue, como se dice hoy en el mundo de la economía, una ventaja competitiva. Más aún cuando las Cortes tuvieron que trasladarse a la ciudad debido a la invasión del país por las tropas de Napoleón.

Los diputados doceañistas necesitaban de libros para preparar los debates constitucionales, de modo que se encargó al escritor y bibliógrafo Bartolomé José Gallardo decomisar los libros necesarios de las bibliotecas situadas en el territorio libre de la invasión francesa, esto es Cádiz y San Fernando.

Gallardo se puso en la tarea de conseguir los dos mil libros que calcularon necesitaba la biblioteca de las Cortes, que se instaló en el Colegio de San Felipe Neri, y se fijó, entre otras en la del Real Colegio de Cirugía que con tanto esfuerzo personal habían atesorado los alumnos.

A partir de este decomiso nace y empieza a crecer una leyenda negra en torno al responsable de estos préstamos obligados y la supuesta desaparición de los libros del Real Colegio.

En buena medida contribuyó a ella el genio mordaz del escritor malagueño Serafín Estébanez Calderón, quién dedicó a Gallardo el siguiente soneto:

    Caco, cuco, faquín, bibliopirata,
    tenaza de los libros, chuzo, púa,
    de papeles, aparte la ganzúa,
    hurón, carcoma, polilleja, rata;

    uñilargo, garduño, garrapata
    para sacar los libros, cabria, grúa,
    Argel de bibliotecas, gran falúa
    armada en corso, haciendo cala y cata.

    Empapas un archivo en la bragueta,
    un Simancas te cabe en el bolsillo,
    te pones por corbata una maleta;

    juegas del dos, del cinco por tresillo,
    y al fin te beberás, como una sopa
    llena de libros, África y Europa.

Unos versos tan ácidos que, posiblemente, estaban a la altura de los escritos del propio Gallardo, autor polémico, anticlerical y liberal, en una época en la que la política, salvando las distancias, estaba tan polarizada como ahora entre liberales y conservadores. Con la restauración monárquica, Gallardo se exilió en Londres, como otros liberales españoles.

Gallardo no se llevó nada

Diego Ferrer, en su libro sobre la Historia del Colegio, defendió que los fondos decomisados fueron reclamados sin éxito a la biblioteca de las Cortes cuando esta desapareció.

Pero Ana Remón no tiene tan claro que sucediera exactamente así: “se creó como una leyenda negra de este señor, que ya la tenía. De hecho, Bartolomé José Gallardo fue un hombre muy denostado porque se metió con la Iglesia, se metió con todo el mundo y tenía unos escritos satíricos que no gustaban a un montón de gente”, indica.

“Gallardo no se llevó nada” sostiene y añade que “no solo nosotros no hemos perdido libros con lo de Gallardo, sino que además nos hemos beneficiado porque muchos libros de ese listado [el que se hizo con los libros de la biblioteca de Las Cortes] no fueron devueltos al Estado”; por ejemplo, los libros decomisados, por afrancesado, al botánico colombiano Francisco Zea.


Fragmento de la entrevista con Ana Remón sobre la biblioteca del Real Colegio de Cirujanos de Cádiz.

Al desaparecer la Biblioteca de las Cortes, que también se nutrió de fondos de otras bibliotecas de la zona libre como la Biblioteca de la Academia de Guardiamarinas o la Biblioteca Marítima de Cádiz, la Armada reclamó los ejemplares y decidió cuáles debían volver al Real Colegio.

En todo caso Remón insiste en que es necesario ahondar en estas investigaciones para aclarar completamente si hubo libros que no fueron devueltos y dónde acabaron finalmente.

Libros desaparecidos

La bibliotecaria e investigadora Rosario Gestido en su tesis sobre la biblioteca, publicada por la Universidad de Cádiz varios años antes que la de Remón bajo el título Una biblioteca ilustrada gaditana. Los fondos bibliográficos humanísticos del Real Colegio de Cirugía de la Armada, apunta a algunos de los libros desaparecidos que habrían pertenecido al colegio.

Entre estos destaca una Historia natural y moral de las Indias, escrito por José de Acosta y publicado en Madrid en 1608; una primera edición del Diccionario de la Lengua Castellana de la Real Academia Española de la Lengua, impresa en Madrid en 1726; o también unas Instrucciones del arte de fabricar cerveza (en francés) de Pileur D’Apligny publicado en 1783, por citar solo algunas de ellas.

Tratado de vendajes de Francisco Canivell
Tratado de vendajes y apósitos escrito por Francisco Canivell. Fotos y vídeo: Santiago Pérez

Entre los que se conservan aún hay una tercera edición del Diccionario de la Lengua Inglesa de Samuel Johnson, publicado en 1766 o una primera edición del China Monumentis escrito por Athanase Kircher y publicado en Amsterdam en 1667, libro que Gestido destaca como la “primera obra de sinología publicada en Europa”.

También eran abundantes en la biblioteca del Real Colegio las colecciones de periódicos y revistas como La pensadora gaditana de Beatriz Cienfuegos, una colección de la revista británica The rambler que publicara Samuel Johnson o el Journal des Savants, primera revista académica fundada en Europa.

Patrimonio de Cádiz

El patrimonio de una comunidad no solo lo forman sus murallas y edificios históricos. También son parte de él el conocimiento y las formas de conservarlo, en este caso los libros, esos objetos tan frágiles al paso del tiempo, al desgaste que provocan la humedad, los cambios de temperatura y los insectos bibliófagos.

La Universidad de Cádiz es hoy en día la heredera de aquella extraordinaria biblioteca que tanto contribuyó a elevar el nivel de los estudios de cirugía desde el Real Colegio de Cirujanos de la Armada, de cuya creación se cumplen ahora 275 años de historia.

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Cómo hemos cambiado

Una biblioteca como la que dispone hoy la Universidad de Cádiz para sus más de 26.000 usuarios registrados asombraría a aquellos aspirantes de cirujanos si pudieran contemplarla.

Está compuesta por 578.535 volúmenes en papel, 78.624 revistas electrónicas, 619.018 libros electrónicos y recibió el año pasado más de un millón doscientas mil consultas a su catálogo.

Y su presupuesto para la adquisición de fondos dejaría perplejo al propio Virgili: casi un millón de euros se destinaron en 2022 para monografías en papel y electrónicas, bases de datos y revistas en papel y electrónicas.

El catálogo histórico de la Biblioteca de la Universidad de ha ido nutriendo a lo largo del tiempo con las donaciones que han hecho los profesores de sus propias bibliotecas privadas, Sobre los anaqueles que sostienen estos libros, se pueden leer los nombres de todos ellos.

Contemplar de cerca los antiguos libros de los cirujanos del dieciocho, libros que dan fe de los cambios que el pensamiento ilustrado estaba provocando o iba a provocar en el mundo entero, es un raro privilegio que tienen los profesionales dedicados a su conservación y su custodia.

Privilegio que tendrán también este año los ciudadanos gracias a la exposición de estos valiosos fondos que está organizando la Universidad con motivo del 275 aniversario de la fundación del colegio.

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