Cerviño, por ejemplo, admite que pinta con acuarela, pero que puede echar mano de la digitalización para retocar y, por supuesto, para enviar.
“Supongo que, como en cualquier otra profesión artística, no dejas de aprender cosas nuevas; de hecho, se puede hacer acuarela en digital, por ejemplo. Siempre aprovechas los recursos que salen y te facilitan la vida”, asegura.
A los investigadores «les falta mucho por adquirir en materia de comunicación gráfica»
Vega Asensio, doctora en Biología
Por su parte, Vega Asensio era doctora en biología y trabajaba en un laboratorio hasta que se decantó por seguir la carrera de ilustradora, “porque en mi tiempo como investigadora vi que había escasez de diseños rigurosos para comunicar la ciencia de forma eficiente”.
En cuanto a las técnicas a elegir, aboga por utilizarlas todas: 3D si hay que mostrar una molécula que rota, tinta china en blanco y negro sobre papel para la botánica y el ordenador, “ya que permite mayor capacidad de corrección”.
Hace más de una década que Asensio ejerce el oficio. Ahora, como profesora del máster del País Vasco, detecta otras necesidades: “Creo que sigue siendo deficiente la comunicación que hacemos los científicos entre pares, cuando vamos a un congreso o presentamos propuestas de investigación”. Considera que a los investigadores «les falta mucho por adquirir en materia de comunicación gráfica».

University of Texas – MD Anderson Cancer Center, Houston – CC-BY-NC
Un amplio campo de trabajo
Además, a su juicio, en el ambiente no se ve todo lo que abarca la ilustración científica: “Me da un poco la sensación de que solo estamos hablando de flora y fauna, pero hay muchísimas más cosas que abordar, como la tecnología y el cambio climático, y para ello hay que hacer gráficos. Incluso en algunas carreras de letras sería interesante comunicar gráficamente”.
Las dos ilustradoras consultadas coinciden en que uno de los grandes avances es que ahora hay posibilidades de formación en buenos centros como el del País Vasco, el de Girona o algunos de Madrid, ya que “el interés ha crecido”, según apunta Cerviño.
Asensio reivindica que lo que se está consiguiendo es “tener a profesionales en cada área y que no sean el científico o la científica quienes tengan que hacer este trabajo, sino un profesional que controle de técnicas, que entienda su ciencia y que les pueda ayudar”. No obstante, reclama “que se valorara más la ilustración”.
En este ámbito también existen colectivos como el de Illustraciencia, en el que se mueven una quincena de ilustradores y el intercambio resulta “inspirador”, según Cerviño.
Consultado al respecto, Miquel Baidal, coordinador del proyecto Illustraciencia, explica que este nació en 2009, y que convoca anualmente un certamen internacional. Las 40 obras que allí se seleccionan forman parte de una exposición itinerante.
Además, se realizan actividades permanentes “para acercar la ilustración científica a la sociedad”. Mediante formación a distancia, se enseña a ilustrar ciencias como la botánica, la entomología, la paleontología, la arqueología o la microbiología, entre otras. Por último, para quienes están empezando, Baidal destaca que “se ha creado un ebook con ejercicios para desarrollar la capacidad de observación y aprender a crear con rigor”.
Marta Chirino, galardonada artista botánica
“Vivíamos en San Sebastián de los Reyes (Madrid), en un chalecito donde papá tenía su estudio. Eso estaba en medio del campo, porque antes no había nada. Aunque fuera un campo muy pobre, en medio de Castilla, yo fui una niña a la que le encantaba la naturaleza y dibujar”, recuerda Marta Chirino (Madrid, 1963) sobre sus inicios.
“Papá” es el reputado escultor Martín Chirino (Las Palmas de Gran Canaria, 1925-Madrid, 2019), por lo que Marta creció entre lápices y cinceles. También su madre, según ella refiere, “era muy creativa y le gustaba pintar”, además de trabajar como diseñadora de accesorios de hombre en Loewe.
“Desde chiquitina he sentido amor hacia la naturaleza, por lo que estudié biología (en la Universidad Autónoma de Madrid)”, narra. Muy pronto supo que lo que le cautivaba de su entorno era la belleza y que lo que le apetecía era “dibujar las plantas, más que estar en un laboratorio”.
A su padre, sin embargo, no le gustaba mucho que hubiera dejado la biología para ponerse a dibujar, según Marta confiesa: “Soy de la generación del baby boom, éramos tropecientos mil biólogos y, encima, quería dedicarme al arte”.
No, no la alentó, pero, al cabo de muchos años, le dijo: “Me han hablado de tus dibujos”. Entonces, Marta supo que el gran Chirino aprobaba su seria afición al dibujo. Por supuesto, aclara, “él respetaba mucho mi libertad, pero le daba miedo la falta de trabajo… y mi madre era la balanza”.
¿Ha hecho toda su carrera como ilustradora botánica dentro del CSIC?, le preguntamos. Marta Chirino asiente, pero aclara que nunca tuvo un contrato de trabajo.
“Yo comencé yendo al Jardín Botánico a aprender, especialmente con Santos Cirujano Bracamonte —uno de los mayores expertos en plantas acuáticas en España— y empezaron a incluirme en proyectos para divulgar”, señala. “Así seguí toda mi carrera, con gente que me preguntaba si me interesaba colaborar en uno o en otro, porque en este mundo no hay dinero, esto se hace por amor al arte”, asegura esta ilustradora que desde 1998 forma parte de la prestigiosa The Society of Botanical Artists (Reino Unido).
Cuando en 1999 le dieron la Medalla de Oro de la británica The Royal Horticultural Society, por su proyecto ilustrado sobre la flora acuática de Castilla-La Mancha, por fin su padre se mostró convencido.
“La vida del dibujante es como la del artista –compara. Vas dibujando cuando salen proyectos y, en mi caso, aunque ya no salieran, he seguido dibujando. He trabajado porque es mi pasión, pero he cobrado muy poco… Si un investigador no tiene dinero, cómo va a pagar a un dibujante”.
Respecto a los estilos, Chirino reconoce que tiene una forma de dibujar “más orgánica y menos esquemática” que la que suele llevarse en esta materia, “porque hay otros dibujantes que no han pasado por Bellas Artes”. Acerca de la inspiración, confiesa su admiración por Durero y Piranesi, entre los clásicos, y también menciona a españoles más cercanos como Eugeni Sierra Ràfols y a algunos contemporáneos como José Pizarro, de la Facultad de Farmacia de la Universidad Autónoma de Madrid.
Consultada acerca del porqué del blanco y negro en el dibujo botánico, responde que “en las ilustraciones científicas realmente no necesitas el color para representar aquellos caracteres que tienen que identificar a una especie”. Las formas son determinantes.
Por otra parte, la representación del “individuo ideal” se hace muchas veces con “pliego seco” (la planta prensada) de herbarios: entonces sí, para “darle un volumen a la planta” lo que hacen los dibujantes es “imaginar una iluminación”. Aunque “no estés representando algo figurativo”, las sombras “pueden darle un poquito de gracia al dibujo”, agrega la artista.
Así, sin flores marchitas, el tiempo y el espacio se difuminan: “En el jardín, yo he dibujado de pliegos de 1800, por ejemplo”, dice Chirino, quien en 2010 recibió el galardón Margaret Stevens Award y el SBA, Certificate of Botanical Merit, en reconocimiento por su compromiso medioambiental y con los estudios botánicos a través de la ilustración científica.