Hay más historias de barcos antiguos que barcos supervivientes de entonces. Ahora que veremos a algunos de ellos en la llamada Gran Regata del 23, no está de más entresacar la memoria de lo que realmente fueron. Este texto es una cala en alguna de esas historias, en las peripecias de esos barcos antiguos que tanto dieron que hablar.
El Essex
Era un ballenero botado en 1799 en un astillero del condado del mismo nombre en Estados Unidos. Como ningún otro barco de vela ha contribuido a los anales más trágicos y misteriosos de la navegación. Hundido en el Océano Pacífico tras ser atacado por una ballena, parte de la tripulación sobrevivió en los botes durante tres meses, canibalismo incluido, antes de ser rescatada y devuelta a tierra.
Su historia, escrita posteriormente por el primer oficial superviviente, Owen Chase, ha inspirado películas, composiciones musicales, documentales y hasta un videojuego.
La creación más famosa que resultó de la tragedia fue, sin duda, el libro Moby Dick de Herman Melville. La descripción del buque, que en la novela lleva el nombre Pequod, es digna de la mejor agencia de viajes de aventura. Un fragmento:
“Probablemente habréis visto embarcaciones pintorescas en vuestra vida: lugres de punta cuadrada, descomunales juncos japoneses, galeotas como cajas de mantequilla y cosas así, pero creedme, jamás en vuestra vida habréis visto embarcación tan rara como esta veterana Pequod. Era un barco de la vieja escuela, más bien pequeño, con cierto aspecto corcovado. Atezado y curtido por las calmas y tifones de los cuatro mares, su viejo casco estaba bronceado como la tez de un granadero francés que hubiera peleado en Egipto y Siberia.”
Lo que sigue en la narración, para quienes no han leído el libro, es una detallada exposición de cómo se pueden utilizar los huesos de un cachalote para equipar los más variopintos rincones de la cubierta de un velero, desde las amuras hasta la caña del timón. La magia, o lo que observador cree mágico de un objeto, no es a veces más que la acumulación de la experiencia y sus herramientas, desconocidas para el profano.
Aunque no podamos verlo ni olerlo, el relato de Melville nos transporta hasta la cubierta del Pequod y en cada palabra oímos cómo resuenan los pasos de sus tripulantes, a pesar del tiempo.
El vapor Alción
¿Un steamer, un barco a vapor en una regata de grandes veleros? Depende. Hablamos del romanticismo, de esos barcos antiguos que tanto dieron que hablar, y los cargueros a vapor que empleó un gaditano de adopción como Alvaro Mutis para embarcar a su famosísimo Maqroll bien merecen un noray en este puerto.
El vapor Alción es el escenario flotante de una de las siete novelas de la serie Empresas y tribulaciones de Maqroll el gaviero. Quienes tuvimos en la infancia la oportunidad de pasear por los viejos muelles de Cádiz hemos visto barcos que bien podían ser este.
La imposible historia de amor de sus protagonistas, relata el propio autor colombiano, está situada en un barco que navega “con lentitud de un saurio herido”, como un vestigio de un tiempo pasado que no tiene más futuro que el que le da el autor: ser pasto de ficciones.
Por cierto, este año se han reeditado las novelas de Maqroll con motivo del centenario del nacimiento de su creador.
El Ghost
Pocos nombres más evocadores para un viejo barco de vela como el Fantasma. Trae a la memoria la leyenda del holandés errante, ahora ya triturada por el cine de entretenimiento, banalizado todo el misterio.
En realidad, el Ghost no era un barco pirata. El nombre se lo dió Jack London, periodista pionero, escritor y marino veterano, como dan fe sus numerosas historias embarcadas en las más variopintas naves. Esta goleta aparece en la novela El lobo de mar, ambientada en un barco dedicado a la caza de focas en el Pacífico Norte.
No hay mucho romanticismo, pero sí una de las descripciones más aterradoras de lo que debía ser una galerna en el Pacífico a bordo de uno de estos veleros de finales del siglo XIX. Y un comportamiento, el de la goleta, que ejemplifica eso que se suele decir de un buen barco, que es “muy marinero”.
Así lo lo cuenta John Griffith Chaney (verdadero nombre de Jack London):
“Esta vez, cuando nos adentramos en la depresión del mar y fuimos barridos, no había velas que recoger. Y, a medio camino de la cruceta y aplastado contra las jarcias por toda la fuerza del viento, de modo que me hubiera sido imposible caer, miraba: no hacia abajo, sino en ángulos casi rectos desde la perpendicular, la cubierta del Ghost, casi en paralelo al agua sobre sus cuadernas y mástiles. Pero no veía la cubierta, sino el lugar donde debería haber estado, ahora sepultada bajo un violento torrente de agua. Pude ver los dos mástiles alzándose y eso fue todo. El Ghost, por un momento, quedó sepultado bajo el mar. A medida que se cuadraba cada vez más, escapando de la presión lateral, se enderezó y su cubierta, como el lomo de una ballena, rompió a través de la superficie del océano.”
El lector advierte, al adentrarse en estas historias, que esas largas navegaciones eran a menudo una apuesta a vida y muerte. El riesgo en el mar nunca ha estado suficientemente compensado.
La leyenda negra del Samson
Construido en 1885 y equipado para la caza de focas, su primer oficial habría confesado en el lecho de muerte, testimonio recogido en un documental de la BBC en 1962, que el barco habría visto las señales de socorro del Titanic mientras este se hundía, pero que habrían hecho caso omiso de las mismas para evitar que las autoridades descubrieran la carga de toneladas de carne de foca que habrían cazado ilegalmente en las costas de Canadá. Sin embargo, hay detalles contradictorios que impiden confirmar los hechos.
Pero había que hacerlo, adentrase en él por cuestiones económicas (cazar focas, pescar ballenas, transportar gentes y mercancías), o aventurarse en lo desconocido. Como hicieron Magallanes y Elcano siglos antes y en cuyo homenaje se celebra esta Gran Regata de 2023.
Herederos de aquel espíritu aventurero y científico partieron expediciones famosas como la de Malaspina con las corbetas Descubierta y Atrevida o la del Capitán Cook a bordo del bergantín Endeavour, tanto o más destacadas como las trágicas y desoladas expediciones a los polos.
Una que tuvo final feliz fue la del polímata noruego Fridtjof Nansen.
El Fram
Nansen obtuvo el premio nobel de la paz en 1922 como resultado de su trabajo como primer alto comisionado de la Liga de las Naciones para los refugiados, cargo desde el que proporcionó ayuda a más de 400.000 prisioneros de guerra de la primera contienda mundial.
Pero antes de llegar a ese punto, el científico noruego se había distinguido como aventurero. El año en el que se licenció como zoólogo se convirtió en el primer explorador en cruzar la superficie helada de Groenlandia. Después participaría en varios viajes oceanográficos durante los años de más efervescencia de la exploración polar.
Una de sus expediciones más conocidas, de la que regresó con vida con todo el equipo que le acompañó, fue la del buque Fram, cuya fotografía encabeza este reportaje.
La imprescindible biblioteca
Este barco se diseñó de un modo especial porque pretendía llegar al Polo Norte atrapado en la masa de hielo polar. La teoría no era descabellada. De hecho, tenía la evidencia científica de otro velero famoso, el Jeannette, protagonista de la Expedición Ártica de Estados Unidos de 1881.
El barco estadounidense pretendía llegar al Polo Norte atravesando el Estrecho de Bering. El barco quedó atrapado en el hielo y permaneció a la deriva junto a toda la masa helada flotante durante dos años, hasta que su casco se quebró y hundió frente a las costas de Siberia. La mayor parte de los tripulantes murió al intentar llegar por tierra hasta zonas pobladas.
Un año después aparecieron restos del naufragio cerca de Groenlandia, lo que alimentó la teoría de la existencia de una corriente marina Este-Oeste que podría desplazar un barco justo por encima del punto buscado, sin necesidad de gastar combustible de su motor ni desgastar la superficie de sus velas.
El Fram pretendió llegar así al Polo Norte, atrapado en el hielo. Fridtjof Nansen encargó al ingeniero naval Colin Archer diseñar un barco de especiales características, que pudiera soportar la presión del hielo durante un considerable período de tiempo.
Inclusive el lento paso del tiempo:
“Una buena biblioteca era de gran importancia para una expedición como la nuestra, y gracias a editores y amigos, del nuestro y de otros países, estuvimos muy bien surtidos en este aspecto”
El Fram, al mando del capitán Otto Sverdrup (marino que hoy da nombre a una fragata noruega construida en Navantia), empezó su aventura en el verano de 1893. Atravesó el Mar Ártico de este a oeste, pero no llegó a pasar por encima del Polo Norte.
Formas de recordar
El barco, cuya solidez quedó fuera de toda duda, fue utilizado en 1910 por una de las leyendas noruegas de la exploración de los polos, Roald Amundsen, para intentar llegar por primera vez al Polo Sur.
De hecho, se conserva aún en el Fram Museum de Oslo, donde puede verse cómo era, por ejemplo, su sala de máquinas o su cubierta. Tambien allí puede comtemplarse, intacto, el velero Gjøa, el primer barco que atravesó el mítico paso del noroeste al mando de Amundsen.
Por supuesto, no espere ver ninguno de estos barcos en la Gran Regata de este año 2023. Físicamente, al menos. Sí podrá imaginar lo que sus tripulantes aún conserven de aquel espíritu pionero, atrevido y curioso con el que exploraban el mundo.
Algunos libros para empaparse de navegaciones y barcos míticos:
- Narrative of the most extraordinary and distressing shipwreck of the whale-ship Essex, of Nantucket by Owen Chase.
- Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Alvaro Mutis.
- The sea-wolf by Jack London.
- Farthest North, Vol. I by Fridtjof Nansen. Apéndice del capitán Otto Sverdrup.
- The Three Voyages of Captain Cook Round the World. Vol. I. Being the First of the First Voyage by James Cook.
A mí me fascinó siempre el San Juan Nepomuceno.
Una notable pérdida para la Armada española. Después de Trafalgar navegó bajo bandera británica. Saludos.