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Imagen del puerto de Nueva York

Joseph Mitchell antes de convertirse en leyenda

Se publica en España El fondo el puerto, la colección de crónicas sobre las actividades pesqueras de Nueva York que escribió Joseph Mitchell antes de convertirse en leyenda del periodismo estadounidense.

Acercarse a esa leyenda es tentador por una intrigante razón: nadie sabe a ciencia cierta por qué en los últimos treinta y dos años de su vida dejó de publicar crónicas, o cualquier otro texto de interés. Ni siquiera su biógrafo.

Durante todo este tiempo no faltó a su cita diaria con la máquina de escribir en la redacción de The New Yorker. Lo poco que se atrevía a escribir terminaba en la papelera.

Charles McGrath, uno de sus editores en la popular revista neoyorkina, sostiene que la imposibilidad de mantener el nivel y superarse lo bloqueó.

Pudo ser la calidad de sus escritos hasta entonces y la enorme fama que atrajo para sí con sus historias y su forma de contarlas: “Cuanto más tiempo pasaba sin publicar nada, más presión sentía por escribir una pieza maestra”.

Pescando en los márgenes

A Mitchell, hijo de un granjero de Carolina de Norte y negado para las matemáticas —lo que le impidió obtener un título universitario—, le gustaba patearse la ciudad.

Según McGrath “nunca escribió sobre nadie que fuera famoso o noticioso. Se sentía atraído por las personas de los márgenes: mujeres barbudas, gitanos, predicadores callejeros, vagabundos, obreros indios y los pescaderos de la calle Fulton”.

Es en las inmediaciones de esta calle donde sitúa la primera crónica del libro, En el viejo hotel. A través del relato de este edificio, Mitchell adentra al lector en el detalle histórico de esta parte de los muelles de la ciudad, de la inmigración europea que le dio forma y de su mercado pesquero.

Mezclado con la historia del inmueble, el autor perfila a un inmigrante de origen italiano y su restaurante de pescado, el Sloopy Louie’s, situado en la planta baja, la única ocupada de todo el bloque. El resultado es una crónica curiosa y entretenida de la industria pesquera neoyorkina en la primera mitad del siglo veinte. Y de cómo hacerse un sitio en la sociedad estadounidense gracias al esfuerzo y el trabajo duro.

Portada del libro El Fondo del puerto

Crónica local

El New Yorker es un semanario local. La ciudad, cuyo magnetismo atrae a gentes de todo el mundo, puede enorgullecerse de poder sostener a un medio así. En él caben la crónica lenta y serena, la literatura, la poesía y la vida cotidiana de sus habitantes, la que no se ve en los circuitos turísticos, la que fluye por detrás de sus bambalinas.

Una de estas crónicas, que algunos consideran la obra maestra de Mitchell, es La tumba del señor Hunter. La pieza tiene, entre otros detalles preciosos, la virtualidad de hacer una descripción geográfica de las islas y costas de Nueva York a través de los peces que las habitan.

También es posible rastrear la genealogía de muchas familias ilustres de la ciudad que hicieron fortuna un siglo antes gracias a la pesca de las ostras y luego a su cultivo. Muchas de ellas construyeron sus casas en Staten Island.

Pero este reportaje rastrea los orígenes y la desaparición, en la práctica, de una pequeña localidad de la isla que nació y creció gracias a familias de raza negra que se dedicaron a la pesca de las ostras.

El señor Hunter es un anciano que aún recuerda y que cuenta lo que recuerda, el pasado esplendor y la inevitable desaparición de lo poco que queda de entonces, incluido él mismo.

Merodeadores de orillas

Otra de los maravillosos perfiles descritos en estas crónicas es el de Ellery Franklin Thomson, un pescador de arrastre que tiene memorizado en la cabeza un mapa del fondo marino que rodea NYC, poblado de pecios de toda clase: transbordadores, gabarras, pesqueros hundidos.

La importancia de este conocimiento estriba en que es junto a los pecios donde hay mejores capturas, pero al mismo tiempo donde más fácil es romper las redes de arrastre por engancharse a ellos. Ellery obtiene los mejores rendimientos y es admirado y respetado por el gremio.

En sus ratos libres comenzó a pintar marinas y la cotización de sus pinturas creció hasta ganar importantes sumas de dinero. Cuando empezaron a hacerle encargos, se bloqueó y dejó de pintar. Tiempo después recuperó la actividad pero solo para satisfacer a los amigos.

El perfil es un ejemplo claro de lo que el crítico Stanley Edgar Hyman, citado por McGrath, decia de Mitchell. A través de sus personajes estaba describiéndose a sí mismo: una persona “solitaria, depresiva, nostálgica, merodeador de orillas y celebrante de datos arcanos”. El máximo exponente de esa identificación sería, indica el periodista, Jose Gould, perfilado en su libro El secreto de Joe Gould.

El tiempo perdido

Hay más crónicas acerca de la pesca en la ciudad, la del sábalo, por ejemplo, en este El fondo del puerto. Crónicas destinadas a unos lectores que ya no existen, que se sentaban en el porche o en el salón de casa, encendían la radio si acaso —la televisión empezaba apenas a extenderse por el país—, para oír música mientras leían con pausa las noticias de la prensa o los reportajes de revistas como esta.

Quienes se acercan ahora a leer estas historias vienen a ser como el propio Mitchell, rastreadores de un tiempo perdido, de una era que se está acabando; los últimos testigos de un periodismo que, perdonando las licencias poéticas a las que se atrevieron autores como Mitchell, fueron capaces de describir el mundo a través de las personas anónimas que habitan en él.

El fondo del puerto. Joseph Mitchell.
Anagrama, Panorama de narrativas. 2023.

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