El invierno siempre atrajo a creadores de todas las disciplinas artísticas que eligieron esta época del año como parte de su creación. El texto que sigue es un recorrido a través de algunas obras inspiradas en el invierno usando como guía cuatro colores ligados a la estación: el blanco (el agua), el gris (el fuego), el siena (la tierra), y el azul (el aire).
Blanco (El agua)
Al pensar en el invierno es la nieve la primera imagen que acude al pensamiento, el inmenso blanco que cubre montañas y calles, prados e incluso, en las latitudes más cercanas a los polos, la misma orilla del mar.
Una copiosa o ligera nevada representa al invierno mejor que cualquier otra idea. Hay libros que la tienen como leit motiv permanente en todas sus páginas. El más dramático de ellos Frankenstein, o el moderno Prometeo de Mary Shelley, en el que el frío recorre todas sus páginas como una alegoría descarnada del cuerpo sin alma.
Lo utilizó el premio Nobel Orhan Pamuk en su novela Nieve, una radiografía del pensamiento radical islamista en Turquía. El protagonista es periodista, escritor. Narra Pamuk:
“Era poeta, y en un poema escrito años atrás y muy poco conocido por los lectores turcos había dicho que a lo largo de nuestra vida sólo nieva una vez en nuestros sueños”
Otro premio Nobel, la escritora estadounidense Toni Morrison situó en mitad de un día nevado uno de los comienzos más prodigiosos de una novela contemporánea, Jazz. El periodista cultural Winston Manrique la escogió entre alguno de los mejores libros protagonizados por el invierno.
Podrían citarse infinidad de historias en las que el invierno es protagonista, como el impresionante Támesis helado en el siglo XVII recreado por Virginia Woolf en Orlando.
Pero si hubiera que señalar a un escritor fundido en blanco, ese sería sin duda Robert Walser y sus ya eternos paseos en la nieve, tan excepcionalmente relatados por Carl Seelig en el libro Paseos con Robert Walser.
Blanco de luz
Es el blanco el que guarda la luz en invierno, la estación más oscura, la que menos horas de luz tiene de todo el año. Y todas las nevadas del mundo parecen estar representadas en la infinidad de pinturas que han retratado la estación en la historia del arte.
El pintor Edvard Munch, cuyo archifamoso El grito no oscurece la variedad creativa de su producción, representó las nevadas de diferentes países en varias de sus obras. Pinturas que parecen expresar un mundo diferente al que atormentaba al autor noruego, donde la nieve aparece teñida aquí y allá de trazos de color.
Otros, como Henry Farrer, se anticipan al surrealismo; hay quien se siente atraido por el estilo pictórico japonés como Julian Falat o quien simplemente plantea una escena rural cargada de nieve.
Nada que ver con las representaciones invernales urbanas de Paul Fischer o Maurits Blieck, en las que la blancura de la nieve aparece manchada de ocres y grises por el trasiego humano e industrial de la ciudad, ofreciendo una perspectivva menos idílica, más real y áspera de la estación.
El viento de invierno de Chopin
¿Y cuál sería la canción del invierno, la música del invierno? El compositor Frederick Chopin creó obras memorables relacionadas con estos meses, como el estudio Viento de invierno o el preludio La gota de agua.
Es facil imaginar a uno de los autores más representativos de la música del Romantincismo pasesando en enero de 1839 por la Cartuja de Valldemossa en compañía de la escritora George Sand, viendo caer la lluvia, componiendo él, escribiendo ella, ambos al amparo de la Sierra de la Tramuntana. Árboles solitarios tras las ventanas, agitados al viento, goteando lluvias.
Gris (El fuego)
Equiparo al gris con el fuego porque la ceniza representa al invierno tanto como el fuego mismo. El invierno ha sido comparado en ocasiones con la muerte, así como la primavera con el renacimiento.
Y aunque el blanco sea más romántico, más idílico, el gris es más fiel a la estación porque se materializa en los cielos encapotados característicos de la época, las nubes oscuras, la tristeza, el frío.
Un color que evoca la estancia de Luis Cernuda en Escocia, antes de exiliarse definitivamente en México y Estados Unidos, los días fríos y solitarios.
El gris es también el color evocado con insultante plasticidad por la prosa de Cormac McCarthy, no solo en Meridiano de sangre, sino también en la Trilogía de la Frontera, el chisporroteo de las hogueras bajo los salivazos de aguanieve o las rachas de viento en mitad de las tierras volcánicas de la frontera mexicana, la noche iluminada por los relámpagos de tormentas lejanas que asoman sobre las montañas.
No nieva en la mar
Cabe incluir en esta recapitulación el mar y sus tormentas. Ignacio Aldecoa lo narró con espléndida desolación en Gran sol, fiel historia sobre los barcos de pesca que faenan en el Atlántico Norte.
Y también el negro Mediterráneo de Homero o de Virgilio en la huida de Eneas de Troya para fundar Roma. Pocas imágenes más tenebrosas del invierno como las del mar negro, tan inquietantemente representado por Edward Moran, uno de los pintores de marinas más importantes del siglo diecinueve.
Otros como Carl Locher o Karl Nordström optaron por los tonos azulados o verdosos para suavizar la crudeza del mar invernal. Winslow Homer y el francés Luigi Loir prefirieron los grises, y en medio de la grisura la esperanza o la desesperación de las familias que, en tierra, esperan el regreso de la gente de la mar. Nunca estuvo pagado el mar, menos áun en invierno.
Chopin y sus nocturnos se cuelan imperceptiblemente por las interminables fibras de este escenario.
Siena (La tierra)
Más allá de los tópicos (el blanco de nieve, el gris de las nubes de lluvia) el invierno más real está plagado de escenas de lo cotidiano, de lo cotidiano interior, a veces oculto, luces amarillas, colores anaranjados y, como síntesis de todas la tonalidades el color Siena, el ocre de de la tierra italiana.
La tierra como el potencial oculto, la materia viva que espera renacer en la primavera, el matiz humano de una estación que llega a ser despiadada no solo en latitudes extremas, también en nuestras calles. Lo advirtió y lo llenó de cálida humanidad el pintor polaco Jacek Malczewski en su cuadro Exiliados.
El corazón del sábado noche, tanto la canción como el álbum completo de Tom Waits, podrían sere el matiz sonoro más apropiado de la paleta ocre. No solo por su voz ronca —la arena del sandwich, según propia definición del cantante americano— sino por el hecho de ser un homenaje al libro En la carretera de Jack Kerouac, otro ilustre habitante del color siena.
La famosa serie pictórica En la cama de Henri de Toulouse-Lautrec, que representa a una pareja de mujeres cubiertas por las mantas en la cama de un burdel parisino, en las inmediaciones del Bulevar Monmartre, transmite esa calidez interior, tanto por la escena representada como por los colores usados por el pintor francés. Fuera de las cuatro paredes, el invierno y todo lo que ello representaba en el siglo diecinueve para una pareja de mujeres enamoradas.
Difícil como el invierno
La cotidianeidad, exterior e interior, elegida también por el grupo de pintores estadounidenses conocido como Escuela Ashcan como William Glackens, John Sloan o Robert Henri, pintor que animó a varios colegas a inspirar sus obras en la poesía de Walt Withman.
“Bajo los pies la divina tierra, sobre la cabeza el sol”, escribió el poeta norteamericano en una de sus Hojas de hierba.
Por aquí cerca, pegados a la tierra como el flamenco y sus habitantes, cabe recordar los versos que el director de cine gaditano Julio Diamante dedicó a una leyenda del cante del barrio de Santa María de Cádiz. El poema comienza y termina así:
Gitano y hombre cabal
Enrique el Mellizo era
difícil como el invierno
suave cual la primavera.
(…)
Y allí, en el Campo del Sur,
respondía amargo el viento
que para las amarguras,
nadie conoce remedio.
Aunque cabria rebatir al cineasta que, si no remedio, al menos el arte —y el flamenco, sin duda, lo es— si proporciona un cierto alivio, a las amarguras. Y al invierno.
Azul (Aire-cielo)
Posiblemente sea la madrugada la hora del día que más se parece al invierno. La luz es apenas penumbra y la materia del mundo adquiere unos tonos azulados llenos de misterio y expectativa, a mitad de camino entre la noche y el día.
Esa luz azulada de la madrugada la representó genialmente Ludvig Karsten en el cuadro La cocina azul que encabeza este texto o, en una escena exterior, el pintor canadiense Maurice Cullen en la obra Moret, winter.
La oscuridad invernal convertida en luz azul. Ocurre cuando un ciego recupera parcialmente la visión. Le sucedió al pintor noruego Jakob Weidemann. Durante los meses que participó en la resistencia partisana contra la ocupación nazi sufrió heridas que le dejaron ciego.
Tiempo después, el artista recuperó parte de la visión del ojo izquierdo, lo que influyó de forma decisiva en su obra. Los interiores azules, brillantes en sus tonalidades oscuras, marcaron parte de su obra a partir de entonces.
No existe, sin embargo, en la paleta del pintor, un color azul madrugada. Hay nombres muy curiosos en el arcoiris particular de matices que forman la paleta de un artista, varios de ellos creadores de tonos singulares. Pero nadie ha bautizado aún un color con ese nombre.
Púrpura cañailla
Hay nombres curiosos como el Alice blue, preferido por Alice Roosvelt la pintora e hija del presidente de los Estados Unidos Theodore Roosvelt; el Azul pizarra, también conocido como Gris de Payne, que debe su nombre al acuarelista británico William Payne.
Otros colores que se apellidan como sus creadores son el Gris de Davy o el Púrpura de Perkin, este bastante más claro que el célebre, en la antiguedad, Púrpura de Tiro, creado por los fenicios de este enclave mediterráneo con el pigmento extraido de las cañaillas (Bolinus brandaris).
Los azules parecen tener mucho carácter glamuroso: el artista francés Jacques Majorelle pintó su villa en Marraquech con un tono de azul que acabó recibiendo su apellido, el Azul Majorelle.
Pero si de glamur se trata, nada como el Azul Tiffany, asociado a la famosa joyería neoyorkina en torno a la que gira la novela Desayuno con Diamantes de Truman Capote y la posterior película de Blake Edwards. ¿Cómo olvidar ese final bajo la lluvia, preludio del invierno en Nueva York?