Había una pancarta que decía: “Bienvenido a tu pueblo, poeta”. Era el 23 de mayo de 1977 y Rafael Alberti regresaba a El Puerto de Santa María, donde nació y de donde se marchó, siendo aún un niño, con destino a Madrid.
Con él no viajaba su esposa, la escritora María Teresa León. Le acompañaban un grupo de amigos, según refleja la crónica que José Aguilar escribió para El país con el títular “Entusiasta recibimiento a Alberti en Cádiz”.
Su actividad política, su obra, eran conocidas y valoradas en España. La de su mujer, María Teresa León, que había vuelto del exilio con él, pasó desapercibida. Un sencillo acto celebrado esta primavera en el Instituto Cervantes repara de algún modo ese desigual regreso de ambos escritores.
Volver solo
Casi medio siglo ha pasado ya de aquello, 45 años exactamente. El poeta, que había perdido su acento andaluz por completo y hablaba con una musicalidad entre argentina e italiana, se entregó a una vorágine de actos públicos, entrevistas, recitales de poesía que no amainó hasta varios años después.
Pero Alberti volvía solo. María Teresa León padecía ya los síntomas de una demencia que acabó con ella una década más tarde. Fue “la presencia de una ausente”, ha dicho recientemente sobre su regreso el poeta Luis Muñoz, que fuera secretario particular del autor gaditano en Madrid, la ciudad española en la que residió una parte de su vida.
La vorágine que envolvía a Alberti, con toda su significación política y literaria, y la enfermedad de María Teresa, eclipsaron por completo la vuelta de la escritora. En un tiempo además, el de un país recuperándose de una dictadura, dónde las mujeres debían aún pelear para ocupar el espacio que justamente les correspondía.
Ese regreso incompleto, por llamarlo así, se empezó a resolver con la reedición en 2020 por parte de Renacimiento de su libro Memoria de la melancolía, para muchos lectores y autores, uno de los mejores libros de la generación del 27.
Y con María Teresa León, la recuperación de la obra de tantas autoras de aquellos años, las que regresaron, las que no regresaron y las que regresaron más de una vez. León, Concha Méndez y Ernestina de Champourcín son tres buenos ejemplos que cita la editora Christina Linares.
Caja 1653
Y esta primavera, en un acto tan emotivo como simbólico, la sencillez de guardar unas fotos, un manuscrito, unos libros y unos pasaportes en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, se convirtió en una especie de segundo regreso.
Estaban allí su sobrina Teresa, amigos como los poetas Luis Muñoz y Benjamín Prado, por supuesto Luis García Montero, que en su día editó la poesía completa de Rafael y que ahora dirige el Instituto Cervantes, la editora Chistina Linares, la responsable de la librería Rafael Alberti en Madrid, Lola Larumbe o la hispanista Nuria Capdevila-Argüelles, entre otros amigos y conocidos.
Era un 27 de abril, el mismo día que 45 años atrás María Teresa y Rafael descendían sonrientes de la escalerilla del avión que les traía de Italia tras casi cuarenta años exiliados.
Pero no existe la posibilidad de un regreso completo. Lo expresó muy bien García Montero al acabar el coloquio que siguió al acto de depósito en la caja 1653:
“Para los exiliados el retorno es imposible, eso es así porque se regresa a otro sitio que no fue el país que se abandonó”
Y sin embargo, esa evidencia que tantos autores exiliados han plasmado en sus obras, no le resta sentido a un acto como este. O dicho más sabiamente, en palabras de García Montero: “el mejor compromiso con el futuro es saber elegir las herencias del pasado”.
Justicia literaria
Benjamín Prado, que trabaja codo con codo con Christina Linares en la tarea de recuperación de las obras de autoras del 27, entre ellas la Memoria de la Melancolía, está convencido de que aquel de hace cuatro décadas no fue un regreso con todas las de la ley, como se suele decir:
“María Teresa León no habrá vuelto del todo a España hasta que no hayan vuelto de verdad sus libros”
Recuperar las obras de la autora riojana es “un acto de justicia literaria”.
A todas en definitiva, un compromiso que ha asumido como propio la hispanista Nuria Capdevila-Argüelles, para que “estén cada vez más presentes, cada vez más conocidas, en definitiva una generación que tiene que regresar para quedarse”.
En ese regreso es importante “que estén sus obras en las librerías”, afirma Linares, cuyo empeño ha puesto a disposicion de los lectores españoles un catálogo de nombres y títulos que perfila muy bien la amplitud del hueco que estas mujeres debieron y deben ocupar en el panorama de la literatura española.
Manos abiertas
Lola Larumbe, responsable de la Librería Alberti de Madrid, recordó la única ocasión en que vió en persona a María Teresa León, en su librería, “esos ojos muy azules, muy transparentes”, afirmando que era “la mujer de Rafael”.
Para ella son dos nombres indisociables y de ahí el simbolismo del acto de la Caja de las Letras: “esos dos pasaportes en los que pone Oficio: escritor, Estado civil: Casado Oficio: escritora. Estado Civil: Casada, María Teresa y Rafael obligatoriamente tienen que ir conjuntos aunque sean dos obras literarias distintas”.
Unidos, entre tantas cosas, por el exilio y el regreso:
“Ellos se fueron sin nada, volvieron sin nada, con las manos abiertas pero nos han dejado su legado que son los libros, sus poemas”.
Y también este legado simbólico en la caja de las letras, esa gran caja fuerte de la cultura española que en su día fue la cámara acorazada del Banco Nacional del Río de la Plata, uno de los bancos de Madrid a los que llegaban puntualmente los giros de tantos españoles emigrados a la Argentina, Ironías del destino.