Jaro tenía esa mirada mitad árabe, mitad romana, que le permitió hacer de la fotografía de prensa el oficio de su vida. Árabe por la creatividad y la socarronería que su trabajo y su personalidad mostraban, a veces veladamente. Y romana por ese pensamiento patricio que siempre le caracterizó y le permitió situarse claramente fuera de las banderías de la política, en ese terreno del periodismo que se llama independencia y que en su caso, fue inquebrantable.
Debí conocerle en 1993 o 1994, cuando empezaba a escribir mis primeras noticias como profesional para la agencia Efe de la mano de Manuel Rus. La lista de fotógrafos de la agencia siempre fue impresionante y la de aquellos años también lo era: Eduardo Abad, J. Ragel, Angel Movellán o Emilio Morenatti son algunos de los nombres que la formaban.
Jaro compartió con los periodistas de Efe y de otros medios de comunicación la cobertura de algunas de las noticias más importantes ocurridas en Cádiz en las últimas décadas. Muchas de sus fotografías eran seleccionadas para la exposición anual que organizaba la agencia en Andalucía con las mejores imágenes del año.
Ahora que ha muerto y que todo el mundo le recuerda y ensalza su categoría profesional y personal pienso en lo ingrato de este oficio periodístico para quienes se dedican a él con esfuerzo y dedicación.
Su trabajo permanecerá en los archivos de los medios a disposición de otros periodistas, de curiosos y de investigadores. Seguirá siendo útil porque los reporteros, con sus máquinas fotográficas o con sus bolígrafos, son garantes, en buena medida, de nuestra memoria colectiva.
Mi tristeza es más personal, más ligada al trato cercano y a las anécdotas que se dan entre colegas que comparten las alegrías y dificultades de cualquier profesión. No quería escribir estas palabras por no confundir ese vacío que deja con la melancolía de tiempos mejores, pero me parecía una ingratitud no manifestar por escrito mi admiración por un reportero como él.
Que la tierra te sea leve, compañero.
Gracias por tan bellas palabras.
No hay de qué.