El pintor Pablo Fernández-Pujol expone este verano en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz, la ciudad en la que nació en 1977, bajo el título “Oasis color”, su trabajo más reciente, una tregua construida con arte que ofrece a quien la visita un poco de quietud en tiempos de incertidumbre.
Lo primero que se encontrará al entrar en la sala es un enorme mural realizado con jeringuillas de plástico, cada una de ellas rellena de un color diferente, “clavadas” sobre el panel blanco que las sustenta.
Dado que la jeringa es un instrumento médico que se utiliza para proporcionar alivio o sanación a un enfermo, o para prevenir una enfermedad, se podría interpretar esta instalación como una alegato a favor de las vacunas. La reivindicación de la esperanza que suponen en medio de la pandemia del COVID-19 que tanta desgracia está causando en el mundo entero.

Si el visitante empieza a ver las obras expuestas siguiendo la pared de la derecha y dando la vuelta completa a la sala, justo antes de salir encontrará un cuadro diferente a todos los demás, menos llamativo, casi monocromático, el único quizá con un dibujo claramente definido, la escueta figura de un vial, que el autor ha titulado “Vacuna”. Una clave explícita de todo el conjunto.
El sentido literal de la palabra oasis es el de un lugar de descanso en medio del desierto. El figurado, según el diccionario de la academia es el de “tregua, descanso, refugio en las penalidades o contratiempos de la vida”. La tregua imaginada por el artista gaditano está llena de color, como no podía ser de otra manera en este sur en el que vivimos.

Porque el color solo se puede apreciar cuando hay suficiente luz. La penumbra tiende al blanco y negro.
Aquí podría estar una segunda clave de este trabajo de Fernández-Pujol: la propuesta de la tregua, el dejarse calmar por un remanso de luz capturada y transformada en colores en los que sumergirse un buen rato, o como quien se deja llevar a la deriva en una barca en los bajos de un río.
Lo deja claro en las palabras escritas al inicio del recorrido y que dan la bienvenida a la muestra:
“Oasis color es una propuesta que plantea, desde la metáfora artística, un espacio donde el espectador tiene la posibilidad de realizar un viaje a un mundo paralelo a través de una serie de pinturas, esculturas, instalaciones y vídeos, en las que el color se convierte en hilo conductor de un imaginario que pretende ser un bálsamo para los sentidos”
El efecto, sin embargo, depende de la velocidad del recorrido. Las retinas del ser humano, en este tiempo nuestro, están continuamente inundadas de color, de colores de todo tipo que provienen de numerosas fuentes, la gran mayoría artificiales: la televisión y los teléfonos móviles son quizás las más inmediatas. Estamos acostumbrados a transitar rápidamente por ellas. Repetir esa rutina en esta visita es un error. Esta exposición necesita acompasar nuestro ritmo interior al que propone Pablo Fernández-Pujol, más propio de la luz natural, del ambiente exterior.
Personalmente he visto la exposición de ambas formas, la primera de ellas con esa prisa que nos carcome en el día a día. Después me he sentado en el patio de armas del Castillo de Santa Catalina, he tomado algunas notas rápidas y he vuelto a entrar. Y en esta segunda ocasión me he dejado llevar por ese balance calmado tan propio de la naturaleza y, por qué no, de un oasis.
Una sucesión de espejos
Habrá quien piense que hay poco que ver en un conjunto de telas pintadas con diferentes grados de color. Sin embargo, estos degradados parecen funcionar como espejos de la memoria: aquí y allá ofrecen fogonazos de las puestas de sol o de los amaneceres en el cielo de una ciudad, la orilla de la playa a diferentes horas del día, destiladas imágenes nocturnas semiveladas por la neblina, señuelos del aire de las diferentes estaciones del año.
Esa virtualidad, esa función de espejo de nuestros recuerdos y vivencias —su color queda impresionado en la memoria como una huella que nos pilló desprevenidos— hace a su vez que cada cuadro particular tenga un efecto diferente sobre cada persona, de acuerdo con su sensibilidad, su conocimiento o su experiencia.
A su vez, el autor juega con la intensidad de cada color para refejar diferentes estados emocionales, a veces pura tensión y energia y otras quietud y serenidad. Solo hay que pasear con calma ante las visiones que ha pintado el artista y dejar que su mirada coincida con la nuestra.
Todo este entramado se nota singularmente en la serie “Paisajes del confinamiento”, una sucesión de 27 obras de arte del mismo tamaño todas ellas diferentes.
¿Recuerdan cuál fue nuestro paisaje del confinamiento, más allá de las pantallas, los muebles de casa y las personas con las que convivimos?. Fue, sobre todo, un paisaje de balcones y de pedacitos de cielo. Ya sean reales o soñados/recordados, aquí hay 27 de esos paisajes, todos ellos vistos por el autor y reproducidos en su obra.
El mercado de nuestro tiempo es cada día más virtual. Se compra y se vende en las redes. Y el arte no es una excepción. Si usted busca los perfiles de Facebook e Instagram de Pablo Fernández-Pujol vera en ellos numerosas fotografías de sus obras, también las que componen esta muestra abierta en Cádiz.
Sin embargo, como ocurre con todas las obras de arte que no están hechas con ordenador, las fotografías no son comparables a contemplarlas físicamente. Hay una experiencia que se pierde en la fotografía y que tiene que ver no solo con el lugar de la exposición, sino también con el carácter único de cada una de las obras escogidas para su exhibición.

Por eso es importante que se sigan montando y creando exposiciones de arte, para mantener abiertos los espacios de convivencia cultural y de contacto físico con la creatividad de los artistas. La cultura es en buena medida individual pero también colectiva. Y esto exige un compromiso en defensa de su espacio propio. Una idea defendida por el autor en la presentación de la muestra:
“La cultura es inherente al ser humano, está en su ADN y forma parte del legado genético, pero no olvidemos que para que siga existiendo y dando refugio en momentos tan complicados como los que vivimos es necesario cuidarla y apoyarla”.
Exposición “Oasis color”
Castillo de Santa Catalina. Campo de las balas, s/n. Cádiz.
Hasta el 15 de octubre.