Solía comentar Gabriel García Márquez que el máximo nivel al que podía llegar en el ejercicio del periodismo era el de reportero raso. Y de tal guisa se fue en 1957 en un coche de segunda mano alquilado por su amigo Plinio Apuleyo Mendoza a visitar los países que quedaron bajo la influencia de la Unión Soviética tras la segunda guerra mundial.
Habían transcurrido apenas 12 años del fin de la criminal contienda, y también de los acuerdos de Yalta que dividieron Alemania y vinieron, de facto, a crear dos bloques antagónicos en el mundo, uno comunista y otro capitalista. Doce años del comienzo de lo que se llamó la guerra fría.
Las once crónicas incluidas en el libro De viaje por Europa del Este son reportajes que el joven, delgaducho y poco conocido reportero colombiano de pelo negro y mostacho entonces recortado, publicó en revistas de Colombia y Venezuela a finales de los cincuenta.
Tras el telón de acero
Aquel año en el que García Márquez y sus colegas entraban en Alemania del Este a bordo de un gastado renault francés, aún no se había levantado el famoso Muro de Berlín, que empezaría a construirse cuatro años más tarde para frenar las continuas evasiones de trabajadores del Este a la zona occidental.
Quizá aún había expectativas. O quizá se sabía poco de lo que estaba ocurriendo tras la guerra. O los supervivientes aún estaban en estado de shock por la contienda. Se daban ese tipo de circunstancias en las que un periodista encuentra historias interesantes que contar.

Foto: Cortesía de Harry Ransom Center Digital Collections.
Indudable valor documental
Hay quien puede pensar que este es un libro menor. Es posible que lo sea. Otros trabajos periodísticos suyos como Relato de un náufrago y Noticia de un secuestro deslumbran. Este tiene la singularidad de que el autor, que aún no había alcanzado la fama que sus posteriores trabajos literarios y periodísticos le proporcionarían, se planta en el momento oportuno en el lugar adecuado.
Y desde allí cuenta de primera mano una realidad —él mismo se queja en estas crónicas— que ya estaba absolutamente mediatizada por las versiones oficiales de “lo real” que ofrecían uno y otro bando, y que con el paso de los años los jóvenes de entonces íbamos a aprender a distinguir y descartar por falaces o sesgadas.
Estos reportajes tienen el valor fundamental que un reportero raso da a los escritos cuando parte de la observación directa de la realidad, lo que no estaba permitido a cualquier periodista occidental en aquellos lugares. Gabo va, mira y luego escribe lo que ha visto. Habla con la gente, anota detalles de la vida cotidiana.
No necesita preguntar a quien detenta el poder: este manifiesta sus intenciones a cada momento sin que se lo pidan, basta leer las innumerables anécdotas que proporcionan los “intérpretes” que se ve obligado a aceptar como acompañantes en Hungría o el relato de la visita que logra hacer en Moscú al mausoleo donde están enterrados Lenin y Stalin, éste último fallecido cuatro años antes.
Antes de ir a Cuba
Es cierto que poco después, tras triunfar la revolución castrista en Cuba, el autor colombiano simpatizaría con el sistema político que Fidel impuso en la isla caribeña e incluso colaboraría asiduamente con la agencia de noticias cubana Prensa Latina.
Pero cuando viaja a la URSS, Alemania del Este y los demás países satélites que tuvo ocasión de visitar, el dictador Fulgencio Batista aún seguía gobernando en la isla y el futuro de Cuba era una incógnita por desvelar. Es un matiz que merece destacarse al comentar este libro.

Toño Angulo Daneri, en una estupenda y detallada reseña que publicó la sección de libros de Abc en el invierno de 2015-16 cuando se reeditó el libro, revela algunos detalles curiosos de la elaboración de esta obra: la necesidad de Gabo de ocultar la identidad de su amigo Plinio Apuleyo Mendoza y su mujer bajo nombres supuestos, o que el autor escribió estas crónicas en dos viajes distintos, aunque luego las agrupase en uno sólo.
De viaje por Europa del Este, publicado por vez primera como De viaje por los países socialistas, no tiene la crudeza de otros reportajes periodísticos que se han hecho sobre la URSS y sus satélites soviéticos, como por ejemplo los reunidos por Ryszard Kapuscinski en El Imperio, si bien es cierto que el periodista polaco los escribió en un viaje que hizo más de treinta años después que García Márquez, entre 1989 y 1991, cuando todo el entramado de las repúblicas socialistas europeas estaba a punto de colapsar.
En 1957 aún se desconocían en el lado occidental del mundo muchos detalles de la brutalidad que supuso, por ejemplo, el gobierno de Stalin, aunque ya Gabo deja entrever el alivio que para los habitantes de Moscú supuso la muerte de este y su relevo por Nikita Krushev.
Señales
Como esta, el reportero raso va dejando mijitas de pan que, con la mirada retrospectiva de hoy, pasado el tiempo y añadidas nuevas lecturas, resultan un tanto reveladoras, como si los regímenes soviéticos, en el escaso margen que su cotidianeidad podía ser observada, mostrasen las primeras grietas que se irían ensanchando con el tiempo hasta quebrar por completo.
Teniendo en cuenta las limitaciones con las que se podía mover un reportero por estos países o la escasez de información diferente a la oficial —es significativa la descripción que hace García Márquez del contenido informativo del diario moscovita “Pravda”, o el hecho de que la única emisora de radio que puede sintonizar en el tren es Radio Moscú.
García Marquez fue uno de los dos únicos periodistas, junto al belga Maurice Mayer, que pudo entrar por primera vez a Hungría tras los sucesos violentos que habían tenido lugar en 1956 en la llamada “Revolución húngara” contra del régimen comunista. Su crónica es todo un compendido de las dificultades que supone hablar con las personas cuando han sido machacadas por la violencia del estado.

El relato de Hungría, la última historia incluida en el libro, es diferente a los demás, más sombrío, más desolador, hasta cierto punto acorde con la idea que quedó en la mente occidental de lo que fue el bloque soviético.
En cambio, los reportajes que escribió sobre Alemania muestran la sorpresa del visitante ante el primer encuentro con un sistema económico y social diferente; los de Rusia dan señales de la megalomanía de Stalin y sus consecuencias en la organización y la vida cotidiana de un Estado tan enorme; sus crónicas de Checoslovaquia y Polonia dejan ver al lector el rastro del carácter nacional de ambos países que sus habitantes se empeñan en conservar a pesar de las imposiciones ideológicas de Moscú. Y luego, como digo, está Hungría, como un triste augurio de lo que estaba por venir.
El libro atraerá a los periodistas interesados en aprender del trabajo como reportero de quien llegaría a ser maestro de periodistas, pero también a quienes tuvieron (tuvimos) que soportar la guerra fría y sus consecuencias en la vida cotidiana. Tal como lo cuenta Gabo, parece que fue ayer.
De viaje por Europa del Este. Gabriel García Márquez.
Literatura Random House. 2015.