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Sin presupuesto para espejos

Una de las virtudes de la crónica es su naturaleza de foto fija, una foto construida con lenguaje de un momento de la historia. Cuando ese marcado carácter documental se reviste además de une escritura hermosa y sencilla, mas la sinceridad de un relato personal y emocionante, la crónica se convierte en literatura. Sin dejar de ser crónica.

Alma Guillermoprieto no fue siempre ni periodista ni escritora. En su juventud nómada por tierras americanas quiso ser bailarina de danza moderna y, por esos curiosos vericuetos que nos reserva el destino, ese afán por la danza la llevó a vivir durante seis meses en Cuba en 1970, cuando la revolución castrista recién cumplía su primer decenio.

La periodista y escritora mexicana, entonces una joven veinteañera que aprendía en Nueva York a moverse sobre el tapete bajo las enseñanzas de leyendas de este arte como Martha Graham o Merce Cunningham, fue seleccionada como profesora para la Escuela Nacional de Danza en La Habana. Y allí se fue ávida de aventura, aún en formación, deseosa de encontrar su propio camino.

Una mirada única

“La Habana en un espejo” es la crónica de aquellos meses hermosos y duros que Guillermoprieto vivió en La Habana.

Es un relato personal, ante todo, pero de una riqueza testimonial muy importante. Porque relata desde dentro, y pese a la distancia del tiempo —es una crónica construida desde el recuerdo, treinta años después—, lo que estaba sucediendo en la Cuba castrista,

Y lo hace justo cuando tenía sobre sí el foco de todos los partidos de izquierda del mundo y se había convertido en un catalizador de algunos de los fenómenos políticos que se produjeron en America Latina en la década de los 70.

Imagen de la Antigua Escuela Nacional de Danza de La Habana
Imagen de la Antigua Escuela Nacional de Danza de La Habana. Foto: Vittorio Garatti (cc by-sa)

Su vivencia personal es el conmovedor relato de una persona que trata de enseñar danza moderna a un grupo de alumnos y alumnas cubanas en una escuela que carece de medios técnicos, que no proporciona una alimentación adecuada a los internos, que no tiene un programa bien definido de estudios ni suficientes profesores para impartirlo y que no garantiza ninguna perspectiva de salida profesional dentro del país.

Sugerencias para el lector

De hecho, la Escuela Nacional de Danza carecía de espejos, un elemento técnico fundamental para que los alumnos pudieran interiorizar la imagen de su propio cuerpo en el desarrollo de la danza. No los había porque el Gobierno cubano redujo el presupuesto de construcción de la escuela, nos revelará Guillermoprieto, cuando aún no estaba concluida su construcción.

Lo llamativo es que lo hiciera por motivos políticos, a pesar de que fue voluntad del propio Fidel Castro la creación de este lugar, considerado una joya arquitectónica.

Esa falta de espejos bien podría usarse como metáfora de todo el proceso político cubano en aquella época. La autora no lo dice explícitamente, pero el lector tiende a llegar a esa conclusión tras leer los detalles de cada suceso, personal y colectivo, que ella experimenta.

Podría decirse que no hay espejos por temor a que su brillante superficie devuelva una imagen que seguramente no es la que los revolucionarios cubanos hubieran querido contemplar de su propio sueño. Es reveladora la descripción de una asamblea de alumnos y profesores con el director de la escuela para constatar que algo chirriaba en el tren revolucionario.

Roque Dalton

En paralelo a sus vivencias en la Escuela Nacional de Danza, la autora mexicana nos cuenta la crónica colectiva del país en aquellos años: la euforia de la revolución castrista, de la que ella misma se contagia, aún once años después del derrocamiento de Batista; el afán colectivo de la zafra de los diez millones, su fracaso y cómo Fidel se reafirma en el poder asumiendo este fracaso.

También las consecuencias del bloqueo comercial estadounidense y la subsiguiente penetración de la influencia rusa y su crecimiento; los efectos de la aventura revolucionaria del “ché” Guevara en Bolivia y su muerte apenas unos años antes; pinceladas de las relaciones con otros paises latinoamericanos como México, Chile y la llegada de Salvador Allende al poder, la revolución sandinista en Nicaragua.

Imagen de balcones de La Habana
La Habana. Foto: Biblioteca del Congreso de EEUU.

La crónica colectiva y personal parecen unirse al enfocar la peripecia vital del poeta y guerrillero salvadoreño Roque Dalton, a quien Guillermoprieto conoció en La Habana. Dalton es una de las piedras de toque de una profunda reflexión que se va sucediendo junto a la narración: la imposible convivencia entre un arte libre y la acción política. La autora mexicana vive ella misma esta convivencia imposible como algo inevitable que siempre la lleva a una elección forzosa entre una u otra opción, ambas incompatibles entre sí. Pone ejemplos. Y el de Roque Dalton es uno de ellos.

El valor de Tolstoi

En el fondo, esa desconfianza de los revolucionarios cubanos hacia cualquier tipo de actividad artística o intelectual, persiste a través del tiempo y hoy en día aún es posible reconocer esa dicotomía excluyente en muchos sectores de la sociedad y por supuesto de la política de cualquier país. Ideas como “yo me estoy jugando la vida en tal oficio mientras tu te dedicas a pintar acuarelas”, o “mi trabajo ofrece algo útil a la sociedad, pero el tuyo como escritor ¿para qué sirve?”, y claro, ella se enfrenta al ejemplo que ofrece la danza moderna en esta incompatibilidad irresoluble.

Aún así, Guillermoprieto saca a relucir un argumento contundente. Más o menos viene a decir que cualquier obra de Tolstoi ha producido más cambios en las sociedades en todo el mundo a lo largo de la historia que ninguna revolución. No deja de ser un argumento.

La autora mexicana no lo expone en su defensa. Ella misma relata cómo lo que ve le lleva a cuestionarse su propia actividad como bailarina. No explica, aunque el lector también puede deducirlo, que tal vez por eso se convirtió en reportera.

Fructífera carrera

Nacida en México en 1949, pronto se trasladó con su madre a Nueva York, donde empezó sus estudios como bailarina. Poco tiempo después de su vivencia cubana, comenzó a trabajar como reportera para medios de habla inglesa como The Guardian y Washington Post.

A lo largo de su carrera ha escrito para otras publicaciones norteamericanas como The New Yorker o The New York Review of Books. Publicó su primer libro, “Samba” en 1990.

A petición de Gabriel García Márquez en 1995 empezó a colaborar con la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, donde ha impartido varios seminarios a jóvenes periodistas.

Ha escrito varios libros y recibido numerosas distinciones, entre ellas la de la Fundación Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2018 “por su larga trayectoria profesional y su profundo conocimiento de la compleja realidad de Iberoamérica, que ha transmitido con enorme coraje también en el ámbito de la comunicación anglosajona, tendiendo, de este modo, puentes en todo el continente americano”.

Un ejemplo más de ello es este libro, “La Habana en un espejo” editado en España por primera vez en 2005, y que había sido publicado un año antes en inglés con el título “Dancing with Cuba”.

El libro tiene un significativo epílogo, una visión de Cuba hecha desde el presente y desde su experiencia personal de muchos años como reportera en América Latina. En estas líneas finales, Cuba, La Habana, aparece como una reliquia histórica para turistas. Tal vez lo que queda de la revolución castrista sea solo eso, un mito y el montón de recuerdos históricos que lo han conformado. Alguna de esas piezas las encontrarán en esta crónica.

La Habana en un espejo. Alma Guillermoprieto.
Literatura Random House. 2017.

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