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Rostros sin nombre

Cuando un usuario de Instagram escribe, por ejemplo, la etiqueta #arte en el buscador de la red social le aparecerán más de 80 millones de publicaciones hechas por gente de muchos lugares del mundo. Son cientos, miles de imágenes de una factura técnica impecable, un colorido avasallador y unos temas arrebatadores.

Mientras escribo esto encuentro una obra muy llamativa, el dibujo de media docena de naranjas cortadas en gajos, iluminadas por un sol cenital, sus sombras sobre un fondo celeste o gris. Su autora se llama Erika Lee Sears y cualquiera apostaría a que le encanta David Hockney. Es una obra hermosa, muy pop, que justifica los más de 12.000 “me gusta” que ha reunido. Como esta, hay muchas entradas de bella factura. Mirarlas te dejan atrapado ante el teléfono un buen rato, sin pensar, disfrutando simplemente, como quien se está comiendo un helado en una terraza de verano.

Pruebo a escribir la etiqueta “migrantes” y la primera impresión es diferente. Entre las imágenes que la red social muestra está la fotografía de la activista por los derechos humanos Helena Maleno, recientemente expulsada de su casa en Marruecos por defender el derecho a la vida de las personas que se la juegan en el Mediterráneo intentando llegar a Europa. También un niño pequeño de rasgos sudamericanos llorando en mitad de ninguna parte. En otra un grupo de negros mirando un mapamundi colgado de un muro. Las obras de arte en esta etiqueta no son tan elaboradas. Muchos son carteles de organizaciones que trabajan en favor de personas forzadas a emigrar de sus lugares de origen, también emotivas llamadas a la convivencia interracial. En general, hay más vídeos, más denuncias, hay muros y lanchas abarrotadas de gente en el mar, más texto también, queriendo explicitar su mensaje. Es una etiqueta cargada de activismo.

En este lado encuentro la reproducción de un oleo sobre tela. Una obra llamada “Mare vostro” de la artista Jacqueline Orams que dice vivir entre Italia y Perú. El cuadro es una imagen cenital —entre otras virtudes, los drones nos han enseñado a mirar como los pájaros— de una lancha de goma abarrotada de personas. El fondo es el azul del Mediterráneo sobre el que se recorta la silueta de la embarcación. La autora ha querido representar a los inmigrantes que cruzan el mar rumbo a la isla italiana de Lampedusa. No es quizá una obra tan hermosa como la de las naranjas. Ha conseguido 23 likes, 24 con el mío.


Las vallas metálicas de una obra de albañilería parecen un soporte un tanto cutre para una exposición de arte, le digo a la artista gaditana Emma Lápiz. Ella me explica que, puesto que este lugar, el patio central del Edificio Constitución de 1812 de la Universidad de Cádiz, no tiene paredes para colgar obras de arte se pensó en esta opción efímera. Recuerda a las vallas fronterizas, añade. Y esta exposición va también de vallas y fronteras. Emma es una de las artistas que han creado las obras de “Migrantes”. No es un proyecto nuevo, pero tampoco agotado. Comenzó en 2018 y sigue vivo. Sin duda, las migraciones son uno de los temas de nuestro tiempo. Y todo arte aspira a reflejar, de un modo u otro, la realidad del tiempo que le ha tocado compartir.

Imagen de la exposición Migrantes
Foto: Santiago Pérez

En 2018 Emma y otros artistas de por aquí, Joaquín Coronilla, María Angeles Morales Lema, Onofre Conde y Rosa Olea, decidieron que parte de su obra reflejara esta realidad y empezaron el proyecto que hoy se llama “Migrantes”. Aquel año que ahora parece tan lejano, después de quince meses de una pandemia que le está dando la vuelta a tantas cosas, se cumplieron tres décadas de la aparición por primera vez en una playa del Estrecho de Gibraltar, en Los Lances, Tarifa, del cadáver de un immigrante. Un joven marroquí de 23 años que escapaba de su país en busca de una vida mejor.

La Fundación PorCausa, un grupo de periodistas y otros expertos que han puesto el foco en informar con detalle sobre este que es uno de los temas de nuestra época, calculó entonces que habían muerto o desaparecido en esos treinta años, como mínimo, 6.714 personas intentando llegar a España a través del Estrecho. Esta cifra no aparece en la exposición. A veces las cifras no son necesarias. Sobre todo cuando, como sucede a menudo, han dejado de significar algo.

Morir ahogado en el naufragio de una patera. O morir de sed en un cayuco a la deriva hacia ninguna parte. Estas noticias se repiten tanto en los informativos que las hemos naturalizado como algo normal. Y no es algo normal. Morir ahogado o morir de sed en el mar no es un hecho cotidiano como comprar el pan o ver salir el sol. Tal vez tenga más sentido recurrir al arte, por ejemplo, para agitar la conciencia, para despertar de la hipnosis que produce la sobreinformación. Tal vez por eso la exposición comienza, no con una cifra fría e impersonal, sino con una cita del poeta sirio Adonis:

“Aún cuando retornes, /Odiseo… /Seguirás siendo historia de andadura /Seguirás habitando una tierra sin tiempo, /viviendo en una tierra sin retorno”.

La odisea de los que consiguen llegar.


En un panel de cartón hay clavados diez pequeños grabados y el recorte de una noticia de periódico con el titular “De cruzar el Estrecho en patera a plasmarlo en un grabado”. Era junio de 2018. En la imagen, un grupo de hombres aprende a utilizar la técnica de la punta seca. Fue la primera etapa de “Migrantes”, hacer un taller en el que jóvenes que habían padecido la experiencia de jugarse la vida para llegar aquí pudiesen exponer su vivencias. Diez de esos grabados están ahora circulando con las obras de los artistas gaditanos que les enseñaron. Emma Lápiz recuerda el entusiasmo de los jóvenes en el taller, el repentino fogonazo de querer convertirse en artista.

Lápiz lamenta no poder contar aún para este proyecto con alguna obra del Ibra Niang. Niang es un hombre senegalés de 33 años, discapacitado, lo que le dificulta más aún, además del hecho de ser inmigrante, la posibilidad de encontrar un empleo. Mientras tanto, pinta. Su historia está en los periódicos y en la exposición.

Imagen de grabados a punta seca
Algunas de las obras realizadas en el taller de punta seca. Foto: Santiago Pérez

No solo no ha podido venir Niang. Esta es también una exposición sobre la ausencia. Así se titula una de las obras realizadas por María Angeles Morales Lema. Es el retrato de una persona, pero está pixelado, no se reconoce claramente la identidad del retratado. Puede ser un hombre, una mujer, un niña. El retrato está construido a pedacitos, como quien reúne los restos de algo que se ha perdido o está destruido y lo recompone poco a poco. Son 36 cuadros que, todos unidos, configuran la imagen difusa de alguien, de una ausencia como dice el título.

En el ratillo en el que se ve la exposición, mínimo diez minutos contados de algún visitante, algún tiempo más si no hay prisa, sigue muriendo gente en la mar. Las últimas noticias hablan de un cayuco que han encontrado a unas quinientas millas de la isla de Hierro con 24 cadáveres, algunos niños. La noticia se va por el desagüadero mientras acapara la atención general el ritmo de vacunas o la campaña electoral de Madrid.

De vez en cuando una imagen aparecerá como un latigazo: Aylan Kurdi inmóvil en la arena. Vivió tres años. Joaquín Coronilla lo recuerda en uno de sus cuadros, una obra que describe tanto la indiferencia como la esperanza. Junto a la imagen del pequeño sirio ahogado en una playa de Turquía otros dos niños, uno blanco y otro negro, se abrazan. El cuadro se llama “De Este a Oeste” y refleja lo que se llamó la crisis europea de los refugiados, el éxodo de cientos de miles de sirios huyendo de la guerra, decenas de miles cruzando de Asia a Europa desde las costas turcas a las griegas.

Otras creaciones son menos explícitas, pero incitan igual a la reflexión. Estremece un poco detenerse en los detalles de cada obra, en los materiales usados, por ejemplo, el papel de periódicos con escritura aljamiada; y en su contenido: el tampón de un oficial de aduanas del 15 de junio de 2006, o un laberinto sobreimpreso sobre seres humanos separados por lo que parece una distancia insalvable. El éxodo contemporáneo. La inevitable interpretación del mapa de Africa de Onofre Conde o su escultura “Alcanzar” que recuerda a un dios Shiva aplastado por la realidad: en sus brazos semienterrados ofrece corazones de papel. El hermoso cartel de Rosa Olea.

Y también la “Elegía de las gaviotas” del poeta marroquí Mohamed Maymouni. Es un poema dedicado “a la juventud tragada por las olas del Estrecho”, una de tantas formas que el arte tiene de mostrar vacíos que es doloroso contar. El poema acompaña a una de las obras más impresionantes de la exposición, “Naugrafio” de Emma Lápiz. Un cuadro circular, una vista cenital de la superficie blanquiazul de las olas al romper contra las rocas, las maderas rotas, el rostro sin nombre de quienes están muriendo. Las palabras del poeta de Chauen resuenan como un eco interior en quien las lee en el patio universitario: “Y un desolado silencio de ciudades/ y un desolado silencio de cementerios”.

Exposición colectiva “Migrantes”.
Patio del edificio Constitución de 1821. Paseo de Carlos III, 3. Cádiz.
Hasta el 26 de mayo.

2 comentarios en «Rostros sin nombre»

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